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Sábado 13 de Diciembre - Buenos Aires - Argentina
PREMIO MEJOR MEDIO DE PRENSA PUBLICADO EN LENGUA EXTRANJERA - MINISTERIO DE LA DIASPORA DE ARMENIA 2015
Opinion - Vardan Oskanian, ex ministro de Asuntos Exteriores de Armenia
Armenia 2025: mi perspectiva
13 de Diciembre de 2025

Tras la pérdida definitiva de Artsaj en 2023, muchos de nosotros anhelábamos que el gobierno de Pashinian simplemente desapareciera. Pero esperar alcanzar ese resultado sin medios prácticos es inútil. Al finalizar 2025 se ha consolidado una esperanza real: que 2026 nos brindará la oportunidad de liberarnos de este gobierno fracasado y deshonroso mediante elecciones. Considerando las encuestas de opinión pública y el amplio sentimiento popular, Pashinian se verá obligado a manipular el proceso electoral para mantenerse en el poder, tanto antes como durante y después de las elecciones.

El año 2025 fue terrible para Armenia, como todos los años desde 2020, pero con una diferencia crucial: todas las fracturas y divisiones —políticas, territoriales, diplomáticas, religiosas, judiciales, económicas y morales— se profundizaron. Lo que anteriormente era simplemente un fracaso, ahora se ha consolidado como corrupción e intencionalidad deliberada.

Uno de los acontecimientos más significativos del año fue que Pashinian y su ministro de Relaciones Exteriores prefirmaron el "acuerdo de paz" con Azerbaiyán. Ese documento ratificó las concesiones de Armenia y abrirá un corredor para Azerbaiyán a través de una de las regiones estratégicamente más importantes de Armenia. No solo simbolizó el reconocimiento oficial de la pérdida de Artsaj y el abandono de los líderes políticos de Artsaj junto a otros prisioneros retenidos en Bakú, sino que también puso en seria duda la posibilidad de que Armenia recupere los territorios soberanos que han caído bajo control azerbaiyano. Además, tras la firma de este acuerdo, este se convertirá en la base legal para nuevas concesiones y pérdidas: cambios constitucionales, entrega de territorios adicionales y desplazamientos unilaterales de población.

Las consecuencias internas de estas concesiones son igualmente devastadoras. Pashinian y su círculo cercano se han atrincherado, buscando legitimidad ya no mediante resultados concretos, sino a través de la opresión, la violencia y la coerción. Durante el año fue sin precedentes el ataque contra la Iglesia Apostólica Armenia, una institución que durante siglos ha sido el pilar de la identidad espiritual y cultural del pueblo armenio. Mediante persecuciones, procedimientos judiciales y propaganda falsa, el gobierno intenta silenciar la voz moral de la Iglesia, percibiendo su autonomía como una amenaza al poder de un solo hombre. La humillación del clero y el terror sobre las comunidades han asestado un golpe profundo a la sociedad armenia, destruyendo una de las últimas fuentes de su unidad y dignidad.

Armenia ni siquiera finge ya ser un país democrático; hasta la ilusión de democracia ha desaparecido. El país se ha convertido prácticamente en una dictadura, un régimen policial. La Asamblea Nacional continúa siendo el sello de goma del poder ejecutivo. El sistema judicial, que hace tiempo cedió su independencia, se ha transformado ahora en una herramienta de persecución política. Han sido encarcelados ilegalmente uno de los mayores benefactores y empresarios del pueblo armenio, más de cuarenta clérigos, activistas de oposición, periodistas y ciudadanos comunes, simplemente por sus opiniones políticas. La presión sobre la prensa libre se ha vuelto sistemática. Los periodistas críticos con el gobierno de Pashinian son sometidos regularmente a persecuciones, arrestos ilegales o silenciados por medios ilegítimos. El mensaje del régimen es claro: la disidencia política es traición, y la lealtad a Pashinian equivale a lealtad al Estado.

Durante todo esto, Europa guardó silencio. La Unión Europea y sus estados miembros, que en su momento proclamaban en voz alta los valores democráticos, este año también observaron como meros espectadores cómo la democracia armenia se desmoronaba desde adentro y la represión se intensificaba. Su silencio durante el año fue ensordecedor, y la historia lo juzgará no como prudencia, sino como complicidad.

La consecuencia acumulativa de estos acontecimientos es la sociedad confundida y deprimida de hoy. La polarización se ha convertido en una herramienta de gobernanza, no en una consecuencia política. El gobierno se nutre de la división, enfrentando a diferentes sectores de la sociedad entre sí. El sueño de 2018 —la promesa de renovación, transparencia y unidad nacional— parece ahora un recuerdo lejano, reemplazado por el cinismo y el miedo.

Mirando hacia adelante, Armenia se acerca a 2026 no como una democracia preparándose para elecciones, sino como una nación herida que busca salvación. Si 2024 fue una advertencia, entonces 2025 fue un juicio. Armenia ha llegado a un punto donde la continuación de la situación equivale a la destrucción. La preservación del Estado, la dignidad y el futuro ahora dependen de un despertar nacional decisivo, uno que esté por encima de las personas y exija rendición de cuentas, honestidad y determinación.

El próximo año debe convertirse no en otro capítulo de declive, sino en el comienzo del cambio y la restauración.

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