Hoy, 29 de noviembre, Armenia y su diáspora recuerdan los 105 años de la Segunda República de Armenia, proclamada en 1920, un hito que sigue interpelando nuestra memoria colectiva. No se trata solo de recordar una fecha, sino de comprender un momento que marcó un giro drástico en el destino nacional: el paso de la independencia frágil y heroica de la Primera República hacia el nuevo orden soviético.
La Armenia de entonces era un país exhausto. Apenas había logrado levantarse tras las ruinas del Genocidio Armenio, cargaba con una economía destruida, conflictos fronterizos, epidemias, hambruna y una población diezmada. En medio de ese escenario desesperante, el 29 de noviembre de 1920 el país ingresó en una nueva etapa política. Para algunos, una clausura dolorosa de la soberanía recién conquistada; para otros, la única vía para evitar la aniquilación total.
A la luz del tiempo, la fecha sigue siendo incómoda, ambigua, cargada de matices. No fue un triunfo, pero tampoco una simple derrota. Fue un punto de inflexión. Bajo el nuevo régimen comenzaron procesos de reconstrucción, industrialización, alfabetización masiva y desarrollo cultural que, aunque impulsados dentro de un sistema autoritario, dieron a Armenia infraestructura, ciencia y herramientas que influyeron en su evolución moderna. Lo que se perdió en autodeterminación, se ganó —en parte— en supervivencia y estabilidad.
Desde entonces, la historia armenia ha sido una constante negociación entre la memoria y la realidad, entre lo que se aspira y lo que se puede. La independencia recuperada en 1991 cerró formalmente aquel ciclo iniciado en 1920, pero las heridas, los debates y los desafíos siguen presentes. Y hoy, ante un presente atravesado nuevamente por crisis existenciales, amenazas externas y profundas preguntas sobre el futuro del Estado armenio, el aniversario de la Segunda República adquiere un eco particular.
Conmemorar el 105º aniversario no es un ejercicio de nostalgia, sino una invitación a observar con honestidad los momentos en que la nación estuvo al borde de desaparecer, y sin embargo eligió persistir. Es recordar que la resiliencia armenia no es un concepto abstracto, sino una práctica histórica, una forma de resistencia cultural y política que nos ha acompañado durante siglos.
Hoy, más que nunca, este 29 de noviembre nos convoca a reafirmar nuestra responsabilidad colectiva: defender la existencia de Armenia, fortalecer sus instituciones, cuidar su identidad y construir un futuro que honre a quienes, en 1920 y después, soportaron lo insoportable para que Armenia siguiera de pie.
