Las recientes declaraciones del ministro de Relaciones Exteriores turco, Hakan Fidan, confirman que Ankara condicionará la normalización de sus vínculos con Ereván al previo acuerdo de paz entre Armenia y Azerbaiyán. Esta postura revela que cualquier avance significativo solo ocurrirá después de las elecciones y el referéndum previstos en Armenia para 2026, cuando el gobierno cuente con una legitimidad renovada que Turquía considera indispensable para impulsar su agenda regional.
Turquía parece haber adoptado un modelo político dual hacia Armenia. Por un lado, evita cuidadosamente cualquier medida que pueda generar beneficios tangibles para los intereses nacionales armenios. Por otro, despliega acciones calculadas para fortalecer al actual gobierno de Armenia de cara a los comicios de 2026.
Esta estrategia se manifiesta creando la percepción de que la normalización bilateral está prácticamente concluida y que Armenia pronto superará su aislamiento histórico. Sin embargo, Ankara se abstiene simultáneamente de adoptar pasos concretos que aporten ventajas sustanciales al Estado armenio. Existe así una diferenciación deliberada entre los intereses del gobierno armenio y los de la República de Armenia como nación.
Hasta mediados de 2026, es probable que Turquía implemente una serie de medidas que el gobierno armenio presentará como logros históricos, aunque en realidad tendrán un carácter principalmente simbólico o de relaciones públicas:
Estas acciones permitirán al gobierno de Ereván exhibir avances en su política exterior sin que Turquía asuma compromisos irreversibles o costosos.
El canciller Fidan ha sido explícito: si la normalización turco-armenia se produce antes de la firma del tratado de paz entre Armenia y Azerbaiyán, desaparecería el principal incentivo para que Ereván concluya ese acuerdo, lo que perpetuaría un conflicto congelado en el Cáucaso Sur.
Esta posición subordina efectivamente la política turca hacia Armenia a los intereses de Bakú, convirtiendo al gobierno azerbaiyano en árbitro de cualquier avance en las relaciones bilaterales. Ankara no dará pasos sustanciales sin el consentimiento previo de su aliado estratégico.
El apoyo turco al actual gobierno armenio genera, paradójicamente, una relación de dependencia que parece formar parte de una estrategia de largo plazo. Al condicionar los avances reales a las elecciones de 2026 y al acuerdo con Azerbaiyán, Turquía se asegura de que cualquier normalización futura ocurra en condiciones favorables a sus propios intereses geopolíticos y bajo su control.
Esta táctica permite a Ankara aparecer como facilitadora del proceso de paz mientras mantiene todas las palancas de presión sobre Ereván, garantizando que la normalización, cuando finalmente ocurra, se produzca en términos dictados por Turquía y Azerbaiyán.
La estrategia turca es transparente en su pragmatismo: ofrecer gestos simbólicos que fortalezcan al gobierno armenio hasta las elecciones de 2026, sin comprometer beneficios sustanciales para Armenia como Estado. Solo después de los comicios, y exclusivamente con el visto bueno de Azerbaiyán, Turquía estaría dispuesta a materializar una normalización genuina.
Mientras tanto, el proceso permanecerá limitado a declaraciones diplomáticas, gestos mediáticos y expectativas diferidas. La verdadera prueba llegará después de 2026: determinar si Ankara está genuinamente dispuesta a una normalización sin condiciones previas, o si la subordinación a los intereses de Bakú continuará siendo un obstáculo insalvable.