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Opinion - Marieta Khachatrian
Ni la oposición es una "vaca sagrada", ni el poder tampoco
21 de Noviembre de 2025

Hace poco presencié un intenso debate sustentado en la idea de que criticar a la oposición equivaldría a "echarle agua al molino del gobierno". Lo más preocupante es que esta afirmación provenía de alguien considerado serio, incluso encargado de trazar líneas de política informativa. La simplicidad de ese argumento me entristeció: mientras ciertos círculos intelectuales no distingan la realidad de su versión ficticia, Armenia no encontrará salida a su situación actual y podría hundirse aún más.

A quienes piensan así dan ganas de preguntarles: ¿lo dicen en serio?

Ni la oposición es una "vaca sagrada" ni el gobierno un objeto de culto inmune a la crítica. Ambos —oposición y autoridades— son financiados por la ciudadanía y, por tanto, la ciudadanía tiene pleno derecho a criticarlos, exigirles e incluso mandarlos "al diablo" si es necesario. Por más que entre ellos se repartan etiquetas de patriotismo o pretendan ser los únicos "legítimos" para ejercer el poder o la oposición, el derecho a decidir quién debe gobernar o fiscalizar en un país debería recaer exclusivamente en el pueblo mediante elecciones.

Si ciertos sectores de la oposición hace tiempo dejaron de tener capacidad de influencia, de generar simpatía o de inspirar confianza y, por el contrario, provocan rechazo social, ¿por qué insisten en ocupar espacio político? ¿Quién los designó como oposición? ¿Por qué seguir simulando actividad? ¿Qué debe hacer entonces la parte más seria de la sociedad sino criticar a una oposición ineficaz?

Ni hablemos del hecho evidente de que en Armenia, durante décadas, el cambio de gobierno rara vez se ha decidido realmente en las urnas. Los resultados electorales, tanto antes como ahora, suelen definirse en otros espacios: desde negociaciones locales hasta intercambios geopolíticos, ya que la implementación de proyectos internacionales depende generalmente de las élites gobernantes.

Tomemos como ejemplo los resultados de las recientes elecciones municipales de Vagharshapat. Quienes los analizan únicamente bajo el esquema oposición-gobierno pierden de vista que los factores técnicos y administrativos que la oposición presenta como explicación del triunfo oficialista —unión de comunidades, designaciones previas, uso del recurso administrativo, asfaltos de último momento— no son más que detalles secundarios. Habrían sido utilizados por cualquier fuerza que estuviera en el poder. En Armenia nunca se logra un resultado diferente únicamente mediante las elecciones; eso es técnica, no esencia. La causa hay que buscarla en otra parte, no en lecturas apocalípticas ni en el relato oficialista de "elegir la vida".

La realidad es que Armenia, como otros países pequeños, funciona como una sociedad anónima cuyos accionistas se encuentran en Europa, Estados Unidos y Rusia. Dicho crudamente: según el tamaño de su "participación", cada actor obtiene el "paquete de control" en buena parte de las elecciones, normalmente un 51%. Otros accionistas obtienen porcentajes menores pero igualmente significativos, convirtiéndose en oposición y compartiendo la influencia político-económica en el país. Con el tiempo estas proporciones pueden cambiar según los equilibrios geopolíticos del momento. Las elecciones, a su vez, pueden ajustarse para que parezca que todo depende del votante, pero en esencia encajan dentro del esquema preestablecido.

Hoy en Armenia están presentes Estados Unidos (basta recordar las señales del camino trazado por Trump), la Unión Europea, Rusia e incluso Turquía. Todos ellos están representados proporcionalmente tanto en elecciones locales como nacionales. Por ahora domina la influencia político-económica occidental y, por eso, el paquete de control electoral está en sus manos. Si mañana cambia la correlación geopolítica —y en Vagharshapat ya se vio la pugna entre fuerzas rusófilas y prooccidentales—, también cambiará la composición de los poderes locales y centrales.

Y el comercio geopolítico, como se sabe, cambia a cada instante. Lo que hoy parece estable el mes próximo podría transformarse por completo. Por ejemplo, una eventual derrota de Donald Trump en las elecciones de este otoño podría alterar profundamente el panorama internacional y regional.

Volviendo a nuestras "vacas sagradas": su rol podría ampliarse solo si logran aumentar su influencia real sobre la sociedad armenia, haciendo que tanto actores internos como externos deban tomarlas en cuenta. Para eso, tanto oposición como gobierno —este último encaminándose suavemente a convertirse en "el anterior" tras siete años en el poder— deberían dejar de obstaculizar la aparición de nuevas fuerzas y nuevos liderazgos. La oposición necesita encontrar la voluntad de deshacerse de figuras del pasado que irritan a la sociedad y promover personas íntegras y respetadas en diversos ámbitos.

El gobierno, por su parte, debe depurar su estructura de aventureros y oportunistas si no quiere depender únicamente del recurso administrativo. Además, no debería haberse acomodado tan complacientemente al sistema electoral vigente, un sistema hecho a la medida de unos pocos y que no garantiza el derecho constitucional de cada ciudadano a ser elegido. Basta mencionar las altísimas fianzas electorales que impiden a personas sin grandes recursos competir y convierten la participación política en un privilegio de los ricos. También es injusto que la participación dependa casi exclusivamente de los partidos cuando en Armenia casi todos ellos han defraudado a la población. Si un ciudadano desea postularse por sí mismo, estos obstáculos se lo impiden de facto. El gobierno se adaptó encantado a un mecanismo que facilita la reproducción del poder en lugar de reformarlo.

No subestimo a quienes observan procesos electorales, organizan foros y utilizan todos los espacios posibles para hablar y debatir. Pero Armenia necesita, más que nunca, una renovación sincera y profunda, tanto en la oposición como en el gobierno, para recuperar la confianza de la sociedad y, finalmente, convertirse en dueña de su destino.

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