El portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de Azerbaiyán, Aykhan Hajiyev, declaró recientemente que la devolución de las tres aldeas del distrito de Gazaj y del pueblo de Karki, en Najicheván, siempre ha sido una de las principales prioridades de Bakú. Según Hajiyev, esta cuestión debe resolverse en el marco de las comisiones de delimitación fronteriza.
En realidad, esto no constituye una simple delimitación, sino una reconfiguración de fronteras, donde Azerbaiyán intenta dar una apariencia legal a sus demandas maximalistas. Bakú no oculta que un tratado de paz solo será posible si Armenia cumple con todas sus condiciones, sin importar su contenido.
En su canal de Telegram, Nikol Pashinian afirmó hoy que, como resultado de la delimitación, Armenia debería devolver Artsvashen y otros territorios ocupados. Sin embargo, esta declaración no representa un intento real de recuperar Artsvashen, sino más bien un esfuerzo por crear la ilusión de reciprocidad.
El tema de Artsvashen nunca ha estado en la agenda de negociaciones, al menos desde la perspectiva de Azerbaiyán. En cambio, la cuestión de los enclaves ha sido durante mucho tiempo una de las exigencias centrales de Bakú. Por tanto, puede concluirse que Pashinian ya ha aceptado las condiciones o simplemente ha renunciado a resistir.
La devolución de los enclaves podría convertirse para Armenia en una catástrofe de seguridad e institucionalidad, ya que implicaría:
El restablecimiento de la presencia jurídica y física de Azerbaiyán dentro del territorio armenio.
Inestabilidad fronteriza y riesgos logísticos.
La transferencia del conflicto al interior de Armenia, sembrando minas en los cimientos de la propia estatalidad.
Esto no es una visión de paz, sino un nuevo mecanismo de control azerbaiyano bajo el disfraz del pacifismo.
Sin embargo, existían alternativas a este escenario humillante. Si Armenia contara con un liderazgo adecuado, podría haber optado por:
Un intercambio territorial: Artsvashen a cambio de los cuatro enclaves.
O bien, la congelación del tema hasta que se establezcan mecanismos de confianza entre ambos países.
Estas habrían sido soluciones ventajosas para el Estado armenio, sin pérdida de soberanía. Pero el actual gobierno ha elegido no una negociación digna, sino la adaptación sumisa.
El gobierno que habla de paz, en realidad, practica una política de vasallaje. La “paz” de Pashinian se ha convertido en un instrumento al servicio de la agenda de Azerbaiyán, donde cada nueva exigencia se presenta como “el precio de la paz”.