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Opinion - Michael Rubin, investigador del American Enterprise Institute
¿Reemplazar a los soldados rusos en Armenia con observadores griegos?
05 de Noviembre de 2025

Críticos estadounidenses y propagandistas turcos del mundo de los grupos de expertos y del lobby en Washington continúan denunciando la presencia de tropas rusas en Armenia como prueba de que el país sería una satrapía rusa y hostil a los intereses occidentales.

Se trata de un argumento falso en su esencia e ignorante de la historia.

El Ejército Rojo estableció una base militar en Guiumrí, la segunda ciudad más grande de Armenia, al final de la Segunda Guerra Mundial, para albergar la 261° División de Fusileros. Tras el inicio de la Guerra Fría, la frontera entre la Armenia soviética y Najicheván con Turquía fue una de las dos únicas que la Unión Soviética compartía con la OTAN. Moscú redesignó la unidad primero como la 37° División de Fusileros y luego como la 127° División Motorizada de Fusileros. Con el colapso de la URSS, Rusia rebautizó las instalaciones de Guiumrí como la Base Militar Nº 102, cuya misión sigue siendo custodiar la frontera entre Armenia y Turquía.

Ignorar la historia y sugerir que la presencia rusa convierte a Armenia en un títere del Kremlin equivale a afirmar que la base estadounidense en la Bahía de Guantánamo, Cuba, hace del régimen comunista cubano un títere de Washington. Una afirmación así sería fácticamente errónea.

Hoy, Armenia está menos alineada con Rusia que Georgia o el socio energético de Moscú, Azerbaiyán. La Revolución de Terciopelo de 2018 debilitó la influencia tradicional rusa en el país. El fracaso del Kremlin en proteger a los armenios de Nagorno Karabaj frente a las ofensivas azerbaiyanas de 2020 y 2023, consolidó la desconfianza popular hacia Rusia. Entretanto, la base rusa en Guiumrí es particularmente impopular entre los residentes locales debido al reiterado mal comportamiento de los soldados rusos, que culminó en enero de 2015 con el asesinato de una familia de siete personas a manos de Valeri Permiákov. Los armenios se indignaron porque las fuerzas rusas no lo entregaran a la justicia nacional, insistiendo en que el juicio se celebrara dentro de la base, y que cumpla su cadena perpetua en Rusia y no en Armenia. Aunque el crimen de Permiákov fue el más grave, la criminalidad entre las tropas rusas no es una excepción. Los armenios denuncian que muchos soldados actúan con impunidad, cometiendo desórdenes y delitos menores. En agosto de 2025, manifestantes armenios se congregaron frente a la base para exigir su cierre y la retirada total de las fuerzas rusas.

Esa retirada parece solo cuestión de tiempo, dada la orientación occidental de Ereván, la escasez de tropas rusas y las necesidades militares de Moscú en otros frentes. Aunque el contrato de arrendamiento ruso vence en 2044, parece poco probable que las tropas permanezcan allí tanto tiempo.

Aun así, los armenios, pese a querer distanciarse de Rusia, se preocupan por la seguridad de sus fronteras. Turquía es una potencia irredentista que busca redefinir fronteras y reescribir tratados centenarios. Su negativa a reconocer el genocidio armenio demuestra que, lejos de desacreditar el impulso turco por borrar a Armenia y a los armenios, el propio gobierno turco alimenta esas creencias.

A medida que Rusia se retire, Armenia debería mirar hacia Grecia para reemplazarla. Como miembro de la OTAN, cualquier queja turca ante un despliegue griego carecería de peso fuera de Ankara. El intento de Turquía de enviar tropas a Gaza debilita su credibilidad para objetar la presencia de soldados griegos en la región. Como otro pueblo víctima de un genocidio perpetrado por Turquía, los griegos miran a los armenios con simpatía y comprenden sus temores. Aunque Rusia resentiría ese reemplazo, los lazos de la Iglesia Ortodoxa Griega con las iglesias apostólica armenia y ortodoxa rusa permitirían sortear las diferencias culturales.

Un gobierno armenio verdaderamente comprometido con la seguridad nacional no debería detenerse en Grecia. Mientras el presidente Donald Trump y el secretario de Estado Marco Rubio buscan promover la paz entre Armenia y Azerbaiyán, el presidente azerbaiyano Ilham Alíev ha rechazado cualquier papel para observadores europeos en la vigilancia de la frontera y de las líneas de control.

Trump y Rubio podrían esquivar, si no la letra, al menos el espíritu de las objeciones artificiales de Alíev, contratando cascos azules indios para observar y patrullar la frontera entre Armenia y Azerbaiyán. Si Alíev realmente valora la paz, tendrá pocas razones para quejarse de la presencia india: los militares indios son de los más experimentados en misiones de mantenimiento de la paz y están habituados a operar en terrenos montañosos y de difícil acceso. La contratación de mercenarios pakistaníes por parte de Azerbaiyán vuelve hipócrita cualquier objeción a los observadores indios.

La invasión azerbaiyana, el cinismo de los “pacificadores” rusos, la disposición de Turquía a romper precedentes y la exigencia de Bakú de disolver el Grupo de Minsk pueden parecer obstáculos para la paz y la seguridad, pero también abren nuevas oportunidades, si los diplomáticos armenios y la diáspora armenia las saben aprovechar. El futuro de la seguridad fronteriza de Armenia depende menos de una paz ilusoria con Ankara y Bakú, y más del apoyo de Atenas y Nueva Delhi.

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