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Domingo 02 de Noviembre - Buenos Aires - Argentina
PREMIO MEJOR MEDIO DE PRENSA PUBLICADO EN LENGUA EXTRANJERA - MINISTERIO DE LA DIASPORA DE ARMENIA 2015
Opinion - Hagop Avedikian, Ereván
Cuando el bastion se convierte en baston…
01 de Noviembre de 2025

Resulta incómodo, casi como una forma de autoflagelación, tener que acusar al propio gobierno, a las autoridades de la propia patria, de incompetencia, de fracasos, de derrotas.

Hubo un tiempo en que Nikol Pashinian se jactaba de convertir Armenia en el bastion (del francés, fortaleza, reducto) de la democracia en la región. Algunos lo creyeron, otros no, y los más bienintencionados pensaron que tal vez aquel sueño podría hacerse realidad. Especialmente teniendo en cuenta que en los países vecinos —particularmente en Azerbaiyán— la democracia había sido reemplazada por la autocracia, y en su versión más deplorable: una dictadura de carácter familiar y hereditario, donde el hijo sucede al padre y la esposa al esposo. Allí, las minorías nacionales —talis, tats y otras— sufren discriminación en todos los niveles; la prensa y los periodistas son perseguidos, encarcelados o forzados al exilio, y las elecciones se celebran conforme a listas confeccionadas en los despachos presidenciales.

Sí, hubo un tiempo en que Armenia era, relativamente, una excepción en la región por su aspiración democrática. Y precisamente por ello se había convertido en un país atractivo —también desde el punto de vista económico, político y de seguridad—, un garante de estabilidad, con un ejército fuerte y disciplinado. En el contexto del conflicto de Artsaj, como afirmaba el exministro de Asuntos Exteriores, Eduard Nalbandian, Armenia negociaba desde posiciones favorables, con principios claros y una política predecible.

Para la comunidad internacional, Armenia resultaba atractiva también por varias otras razones.
Primero, por ser la primera nación que adoptó oficialmente el cristianismo, con sus antiguas iglesias, sus majestuosos templos y, por supuesto, la Santa Catedral de Echmiadzín.
Segundo, porque esa misma comunidad sabe bien que, según la tradición bíblica, la supervivencia del género humano y de las especies animales tras el Diluvio tuvo lugar en el monte Ararat, donde reposó el Arca de Noé. Y la Sagrada Montaña se contempla en toda su majestad solo desde Armenia; por lo tanto, desde aquí debe mirarse.
Tercero, porque el pueblo armenio, sobreviviente del primer genocidio del siglo XX, ha resistido y sigue creando gracias a su fortaleza y vitalidad. Por ello, reconocer a su Estado es también condenar el Crimen cometido contra él.

Estos y otros factores llevaron a millones de extranjeros a interesarse por Armenia, a conocer al pueblo armenio y su último refugio histórico. Un país que, en 2018, cayó en manos de un grupo de aventureros ignorantes e irresponsables que prometieron convertirlo en una cuna de la democracia —en sus propias palabras, un bastion—, pero que, lamentablemente, lo transformaron rápidamente en un baston (del francés bâton: bastón, porra), es decir, en una dictadura policial.

El primer y más “importante” acto de este nuevo régimen ha sido —y sigue siendo— la persecución, la hostilidad y el desprecio hacia el pueblo armenio, hacia toda la nación y hacia aquellos valores que le infunden espíritu, unidad, voluntad y propósito.

Pregunten a nuestros compatriotas que viven en el extranjero, a quienes viajan a otros países, especialmente a los conductores de camiones y autobuses que cruzan fronteras. Les contarán múltiples episodios del trato despectivo que reciben. A ellos —y a nosotros— se nos ha arrebatado el sentido de la dignidad nacional. El Estado, el ejército, el gobierno y sus actuales propietarios se han convertido en objeto de burla ante los ojos del mundo.

Así no seguiremos existiendo.

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