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Domingo 26 de Octubre - Buenos Aires - Argentina
PREMIO MEJOR MEDIO DE PRENSA PUBLICADO EN LENGUA EXTRANJERA - MINISTERIO DE LA DIASPORA DE ARMENIA 2015
Opinion - Hagop Avedikian, Ereván
Cuando la palabra ya no tiene efecto
26 de Octubre de 2025

Durante los últimos treinta años —o más—, la palabra, ya sea escrita o hablada, el pensamiento, la crítica e incluso el insulto, nunca habían sido tan inútiles y carentes de valor como lo son hoy. Nos sentamos, escribimos, analizamos, revelamos, aconsejamos, exhortamos, incluso fotografiamos y grabamos videos, solo para tranquilizar nuestra conciencia y mantener la fidelidad hacia la profesión periodística. Pero no vemos resultados, ni efecto positivo alguno, porque simplemente no los hay.

Nos parecemos a esos países en bancarrota que imprimen dinero sin cesar para supuestamente contener el colapso financiero y poner efectivo en manos de los consumidores, pero el resultado, naturalmente, es el contrario: la bancarrota se vuelve imparable e irreversible.

Hoy, sí, la abundancia de palabras ineficaces y sin consecuencias se ha convertido en la causa de su propia desvalorización; dicho de otro modo, en la ausencia de una verdadera opinión pública, como la sal que, por exceso, pierde su sabor.

No sé qué habría sucedido en Armenia —o en cualquier otro país— si un jurista de renombre internacional, un pionero en la lucha contra las injusticias judiciales como Robert Amsterdam, durante una conferencia de prensa, aludiendo al responsable de la oficina del primer ministro y al propio primer ministro, hubiera comparado su conducta con la del dictador más aborrecido del siglo XX, Idi Amin Dada, quien en 1971 se apoderó de la presidencia de Uganda, país entonces bajo “protectorado” británico, y gobernó hasta 1979 como monarca absoluto, rivalizando en crueldad y tendencias caníbales con el “emperador” Bokassa de otro país africano, Burkina Faso. Dos dictadores, dos monstruos que, créase o no, bajo el pretexto de los “intereses del Estado”, acostumbraban a comerse el corazón, el hígado o el cerebro de sus ministros y opositores.

En cualquier país, en cualquier auditorio —y más aún en una conferencia de prensa—, una comparación semejante, que deshonra y desacredita al Estado y a la nación, no habría sido tolerada, salvo que los periodistas presentes compartieran esa opinión…

Es cierto: el dueño de nuestro gobierno aún no ha comido a nadie, ni personalmente ha golpeado o torturado a alguien; no tenemos pruebas de ello. Pero, en su lugar, ha creado un sistema punitivo completo, cuyo primer y último eslabón es él mismo, junto con sus colaboradores más cercanos. Ellos eligen, investigan, espían, graban y vigilan tanto a los rivales y opositores declarados, como a las personas y estructuras que no obedecen o mantienen una postura diferente. Luego “fabrican un caso” y lo trasladan a los demás niveles del sistema represivo y, finalmente, para que todo parezca ajustado a las llamadas “reglas de la democracia”, el expediente se entrega al tribunal, donde el juez ejecuta diligentemente las órdenes de detención y encarcelamiento según el calendario previsto.

En la mencionada conferencia de prensa, Robert Amsterdam se atrevió también a denunciar al sistema judicial armenio, afirmando que sus audiencias son una representación, un espectáculo, “juicios-show” (show trials).

Sí, la exhibición y la teatralidad, a diferencia de otros países autoritarios, son muy valoradas por el sistema en cuestión y por su principal director escénico. En ello está presente el factor de crear miedo, el efecto “educativo” de la fuerza bruta, algo que tampoco pasó inadvertido para el abogado defensor que viajó a Armenia para ocuparse del caso del benefactor y filántropo Samuel Karapetian, quien calificó todo esto como el resultado del miedo y de la cobardía.

Ignoro si el señor Amsterdam observó el lunes la operación de arresto del alcalde electo de Gyumri, Vardan Ghukassian, y si vio en la plaza, en las calles adyacentes y en las entradas y salidas de la ciudad el “desfile” de fuerzas policiales y militares. Fue una escena inolvidable, motivada, en efecto, por el miedo, pero también por ese enfoque “patriótico y nacionalista” de asustar al “valiente pueblo”.

¿Sabía el señor Amsterdam que ese mismo día, mientras en Gyumri se desarrollaban los acontecimientos de la detención y las demás “actividades deportivas” relacionadas con Vardan Ghukassian, el jefe del sistema punitivo se encontraba en el Vaticano, participando en la ceremonia de canonización del mártir del Genocidio, el arzobispo Ignatios Maloian, líder de la Iglesia Católica Armenia de Turquía?. Si lo hubiera sabido, probablemente se habría sorprendido de que una persona que niega o pone en duda el Genocidio, que incluso rechaza el monte Ararat, participara —aunque fuera por invitación del Papa— en una ceremonia dedicada a una de las víctimas más emblemáticas del Genocidio, y esta vez sin temor a la ira de Erdogan.

Por cierto, en esa ceremonia participaron también altos representantes de la Iglesia Armenia, como el arzobispo Khajag Barsamian, quienes, al igual que los demás, saludaron a Pashinian con sonrisas serviles, aunque por orden de ese mismo hombre sus compañeros sacerdotes hoy sufren en las cárceles, y la Iglesia Armenia, debido a sus actos antieclesiásticos, se encuentra bajo la amenaza de división y desintegración.

¿Cuándo se convertirá la palabra, la crítica preocupada y la advertencia en señales de enmienda y arrepentimiento?

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