Si dejamos de lado los llamados “problemas menores” y tratamos de observar con una mirada más amplia los procesos que actualmente se desarrollan en y alrededor de Armenia, resulta evidente que, consciente o inconscientemente, se está intentando integrar al país en el denominado “mundo túrquico”, o, dicho en términos políticos, en el proyecto conocido como “Turan”.
En realidad, la expresión “mundo túrquico” sigue siendo un concepto condicional y artificial, cristalizado mediante la constante intervención externa con fines geopolíticos de largo alcance: contrarrestar a Rusia, China e Irán. A través de ese impulso se busca fortalecer las relaciones estructurales entre los Estados túrquicos en los planos ideológico, político, económico y cultural. Sin embargo, todo ese entramado pierde sentido mientras exista Armenia, con su milenaria estatalidad y ubicación estratégica, como una barrera natural que separa a Turquía del resto del imaginario “Turan”.
En el mundo contemporáneo, las conquistas de un Estado no se limitan a la fuerza militar. Existen múltiples formas de dominación: ideológica, económica o mediante la instauración de gobiernos títeres. Armenia, afortunadamente, aún no ha sido conquistada bajo esas modalidades. Pero difícilmente puede ser el anhelo nacional vivir como un apéndice del “mundo túrquico”, reducido a servirle como un mero corredor logístico y proveedor de servicios.