Mientras en Armenia algunos, “disfrutando de la euforia de la paz”, intentan renunciar incluso a la carga simbólica del monte Ararat, como suele decirse, “el lugar sagrado no queda vacío”, advierte el iranólogo Vardan Voskanián.
Durante su intervención ante la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa (PACE), el primer ministro Nikol Pashinian se irritó con un delegado europeo que le preguntó por el llamado —por Azerbaiyán— “Corredor de Zanguezur”, y le respondió con tono airado:
“¿De dónde ha escuchado esa expresión?”.
Pero, ¿de dónde debía escucharla o escucharla la comunidad internacional, si Azerbaiyán y Turquía la repiten a diario, proclamando abiertamente su sueño de construir un imperio pan-turánico unificado?
Por lo tanto, por más que el jefe de gobierno armenio se indigne o pretenda rechazar esa terminología, la realidad no cambia: a nadie le importan su enojo ni sus bravatas.
Según informa Voskanián, recientemente —con el apoyo de una de las estructuras estatales del régimen autoritario de Bakú— una ONG azerbaiyana produjo una canción titulada “Zanguezur” y su correspondiente videoclip, utilizando incluso imágenes filmadas en distintas regiones de la República de Armenia.
En esta composición agresiva, escrita en el inconfundible espíritu expansionista pan-turánico, no solo se menciona al monte Ararat (al que llaman Agridagh), sino que además se presenta a Zanguezur como la meta final del “camino de la victoria”.
A continuación, Voskanián reproduce —traducido del azerí— el inicio y el estribillo de la canción:
“El viento que sopla desde Agridagh
Viaja desde hace miles de años.
¡Regocíjense, tribus de Turán,
Que llega el brazo unificador!
Su fuerza viene del Dios Celestial,
Su semilla, de Noé.
Entra desde el corazón al alma,
Y estalla desde el espíritu.
Su origen es oguz,
Hijo de valientes, tribu de héroes,
El camino es senda de victoria:
Zanguezur.”
El videoclip incluye imágenes filmadas en la ruta que conduce al monasterio de Noravank, en territorio armenio.
El análisis de Voskanián vuelve a poner de relieve el contraste entre la retórica pacifista del gobierno armenio y la propaganda expansionista de Azerbaiyán y Turquía.
Mientras Bakú y Ankara refuerzan su narrativa cultural, histórica y geopolítica —ahora incluso a través de la música y los símbolos visuales—, en Ereván se intenta minimizar o ignorar el significado político de estos gestos.
Renunciar al poder simbólico del Ararat o al significado histórico de Siunik no fortalece la paz: la vacía de contenido.
Como recuerda Voskanián, “el lugar sagrado no queda vacío”: si Armenia renuncia a sus símbolos y a su memoria, otros los ocuparán con sus propios relatos y ambiciones.