Los procesos en el Parlamento de Armenia muestran con claridad que las fuerzas políticas ya se mueven bajo lógica preelectoral. Sus acciones y discursos están completamente sincronizados con esa dinámica, al punto de ignorar cuestiones vitales como los graves desarrollos que hoy rodean a Irán. En este contexto, el oficialista Khachatur Sukiasian calificó a la oposición de “extraterrestres”. Pero la misma definición podría aplicarse al propio oficialismo, atrapado en una burbuja donde la única preocupación es cómo llegar o mantenerse en el poder. La pregunta es si, en caso de un eventual ataque a Irán —con serias consecuencias para la seguridad de Armenia—, los políticos seguirán con la misma frialdad dedicados únicamente a acusarse de traidores.
Sea que las elecciones se adelanten a fin de año o se realicen a mediados del próximo, la lógica electoral domina todos los escenarios recientes. Así se vio en las audiencias sobre el intento de “impeachment” impulsado por “Badiv Unem” y respaldado por la bancada “Hayastan”; en la declaración oficialista sobre la paz con Azerbaiyán, aprobada en paralelo al encuentro de Copenhague entre Pashinian y Aliyev; o en los cruces del formato de control Gobierno-Parlamento, que se reducen a un intercambio de agravios. Mientras el oficialismo se presenta como portador de la paz tras el preacuerdo de Washington del 8 de agosto —e incluso celebra declaraciones como la de Pashinian en el Consejo de Europa, rechazando la noción de “corredor de Zangezur”—, la oposición insiste en que concesiones reiteradas no traerán paz verdadera.
En esta misma lógica se inscribe la decisión de debatir a puertas cerradas el informe de la comisión investigadora de la guerra de 44 días. El argumento del presidente del Parlamento, de que el documento se presentó fuera de término, carece de solidez. Todo indica que el oficialismo busca evitar que la exposición pública de hechos y testimonios abra una verdadera “caja de Pandora” sobre las causas de la derrota.
El gran ausente en estas disputas es la ciudadanía. Los políticos se comportan como si el país siguiera siendo el mismo de hace diez años, pero la realidad es otra: Armenia tiene hoy una sociedad marcada por la derrota, ensimismada y cada vez más indiferente. La población ya no sigue los debates parlamentarios como antes, cuando lo hacía con la esperanza de un cambio. En las calles, la vida continúa sin relación con lo que ocurre en el hemiciclo. Tras años de promesas incumplidas, falsedades y líderes que se sucedieron sin resolver los problemas cotidianos, el ciudadano medio se siente abandonado y sin confianza en el futuro. Esa indiferencia alcanza incluso a cuestiones cruciales como la seguridad nacional.
Un pueblo indiferente difícilmente exigirá explicaciones sobre acuerdos estratégicos como el del llamado “Trump Route” o sobre decisiones de enorme impacto. Incluso puede optar por no participar en las próximas elecciones. Armenia enfrenta hoy el riesgo de convertirse en una sociedad contagiada por una peligrosa indiferencia. Y de esa situación son responsables, por igual, oficialismo y oposición.