La reconstrucción posguerra del Estado no depende de consignas o deseos, sino de nuevas ideas, soluciones audaces, proyectos valientes y enfoques capaces de comprender correctamente lo que ocurre en el mundo.
El Grupo de Proyectos Alternativos presenta un artículo de Ara Ayvazian, exministro de Relaciones Exteriores de la República de Armenia. En el marco de la iniciativa “Propuesta para Armenia”, se difundirán periódicamente materiales de referentes que tienen propuestas concretas para el futuro del país.
En el polarizado escenario político armenio existe la percepción de que las fuerzas no oficialistas “no tienen alternativa” frente al rumbo actual del gobierno. La insinuación es clara: aunque los esfuerzos de normalización con Turquía sean defectuosos, aunque las concesiones unilaterales a Azerbaiyán carezcan de justificación y aunque el distanciamiento cauteloso de Rusia sea riesgoso, este camino sería —supuestamente— el único realista.
Sin embargo, en un contexto donde las posibilidades de Armenia se estrechan y la presión externa aumenta, este fatalismo político no solo es erróneo: es peligroso.
La verdadera elección es si la paz puede alcanzarse mediante concesiones unilaterales y amnesia histórica, o si Armenia debe adoptar una política de contención estratégica, paciencia de largo plazo y construcción de alianzas basadas en intereses compartidos.
1. Vacío en política exterior y de seguridad.
Las potencias regionales, en particular Turquía y Azerbaiyán, no se limitan a ser vecinos: marcan la agenda armenia, manipulan negociaciones y condicionan el comportamiento de Ereván tanto en el ámbito interno como en la arena internacional. La prioridad de cualquier gobierno debe ser enfrentar y frenar estas amenazas existenciales, más que elaborar visiones idealistas de prosperidad desconectadas de la realidad.
2. Contención estratégica y reafirmación calculada.
Desde 2020 se alentó a Armenia a dar “pasos valientes” hacia la reconciliación. En la práctica, esto se tradujo en concesiones unilaterales que solo ampliaron las ambiciones de Ankara y Bakú. La alternativa no es una guerra sin fin, sino una estrategia que:
Excluya avances adicionales del enemigo,
Gane tiempo mediante flexibilidad táctica,
Fortalezca la resistencia interna frente a presiones híbridas,
Construya alianzas estables sobre intereses concretos, no sobre simpatías emocionales.
3. Capacidad interna como objetivo estratégico.
La política exterior eficaz requiere profundidad institucional, económica y social. Ayvazian subraya la necesidad de:
Reformar la defensa hacia una lógica de disuasión asimétrica,
Fomentar la unidad nacional más allá del partidismo,
Involucrar a la diáspora como extensión estructural de la influencia armenia,
Diversificar las rutas económicas para reducir la dependencia de Turquía y Azerbaiyán.
4. Reequilibrio estratégico con Rusia.
Aunque su rol disminuya, sería ingenuo ignorar a Moscú o quemar puentes. Armenia debe abandonar el modelo de “Estado cliente” y negociar una cooperación transaccional que incluya diálogo estratégico, coordinación en defensa e inteligencia, y al mismo tiempo diversificación de alianzas.
Una de las amenazas más serias a la soberanía de Armenia es la insistencia agresiva de Azerbaiyán y Turquía en el llamado “corredor de Zangezur”. Bajo el discurso de crear una infraestructura de tránsito regional se esconde en realidad la intención de:
Socavar la soberanía territorial de Armenia,
Bloquear la entrada de Irán al Cáucaso y Eurasia,
Reducir la importancia de Armenia convirtiéndola en simple territorio de tránsito y no en un nodo regional,
Eliminar el obstáculo estratégico que aún limita la supremacía turca en el Cáucaso Sur.
Los últimos acontecimientos muestran cómo un mismo objetivo puede presentarse bajo un nuevo empaquetado. El memorándum TRIPP, firmado en Washington, refleja el interés de Estados Unidos en participar en la región y puede servir como instrumento para generar diálogo y disminuir la confrontación. Sin embargo, este documento por sí solo no garantiza ni la soberanía ni la integridad territorial de Armenia, si no se acompañan de mecanismos claros de control y de un verdadero equilibrio de fuerzas en la región.
En la práctica, el memorándum se presenta como una solución, pero también contiene el riesgo de servir a los objetivos estratégicos de Azerbaiyán y Turquía. La convicción ilusoria de que el nombre “Trump” equivale automáticamente a seguridad no debe confundir a la opinión pública.
Más que aceptación incondicional o rechazo categórico, es necesario tratarlo como parte de un proceso diplomático complejo, que exigirá de Armenia un monitoreo estricto, el refuerzo constante de la defensa y de sus instituciones, la búsqueda de aliados alternativos y de formatos de cooperación internacional, además de la definición de “líneas rojas” claras y estrategias que reduzcan los riesgos de dependencia.
De lo contrario, la fe ciega en documentos sin garantías reales puede desembocar en la pérdida de posiciones estratégicas y en el debilitamiento de la soberanía nacional.
La implementación de esta estrategia encontrará dificultades:
Limitación de recursos estatales,
Polarización interna y falta de consenso,
Riesgos de represalias tanto de adversarios como de aliados,
Necesidad de transformar la conciencia pública para asumir responsabilidades de largo plazo.
El progreso de Armenia no vendrá de la obediencia, sino de redefinir las reglas de su participación regional. Creer que la paz se logra a cualquier precio mediante concesiones es ingenuo y autodestructivo.
En un entorno donde Turquía y Azerbaiyán aplican políticas expansionistas, la condición para la estabilidad es establecer un nuevo equilibrio: afirmar intereses nacionales claros, fortalecer la resiliencia interna y forjar alianzas efectivas.
La paz no surge de la debilidad, sino que debe conquistarse con estrategia, resistencia y voluntad nacional.