Los discursos pronunciados por el primer ministro armenio, Nikol Pashinian, y el presidente azerbaiyano, Ilham Aliyev, durante la 80ª Asamblea General fueron ricos en simbolismo y retórica, pero esconden contradicciones profundas que revelan cuán precario es el proceso de paz en el Cáucaso.
El primer ministro armenio abrió su intervención con una confesión significativa:
“Así fueron también mis discursos de 2018 a 2023… El año pasado, en la 79ª sesión de la Asamblea General, intenté por primera vez no hablar del conflicto, sino de la paz.”
Con estas palabras, Pashinian reconoció que la narrativa de Armenia estuvo atrapada durante años en la lógica del enfrentamiento. Hoy busca proyectar un giro hacia la reconciliación.
En referencia al acuerdo inicial firmado el 8 de agosto en Washington, sostuvo:
“Las partes confirman su entendimiento de que las fronteras de las repúblicas soviéticas se han convertido en fronteras internacionales… y reconocen y respetan mutuamente su soberanía, integridad territorial e independencia política.”
Ese pasaje es clave, pues coloca la declaración de Alma-Ata de 1991 como fundamento legal de la demarcación. Sin embargo, en los hechos, la delimitación territorial sigue plagada de tensiones y riesgos.
El propio Pashinian subrayó:
“Este es el primer documento bilateral internacional firmado y ratificado entre Armenia y Azerbaiyán.”
La frase deja al descubierto que, hasta ahora, no existía ningún marco jurídico robusto que regulara la relación entre los dos Estados.
El presidente azerbaiyano, por su parte, abrió su discurso con tono triunfal:
“Hoy hablaré de nuestro largo camino hacia la victoria y la paz… de cómo logramos poner fin a la ocupación mediante una guerra de liberación… y de cómo ganamos la paz por medios políticos.”
Aliyev reforzó su relato recurriendo a cifras y resoluciones:
“Durante casi tres décadas, cerca del veinte por ciento del territorio soberano de Azerbaiyán permaneció bajo ocupación militar de Armenia. Un millón de azerbaiyanos fueron expulsados de sus hogares… Cuatro resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, adoptadas en 1993, exigían la retirada inmediata, completa e incondicional… Armenia las ignoró de manera demostrativa.”
Ese párrafo es representativo de su estrategia: transformar el dolor histórico de su población en justificación de una victoria militar total, omitiendo cualquier mención a los derechos de los armenios de Artsaj.
Aliyev también celebró el acuerdo de Washington, pero lo utilizó para clausurar la mediación internacional:
“El 8 de agosto… los ministros de Relaciones Exteriores rubricaron el texto del acuerdo de paz… Azerbaiyán y Armenia solicitaron conjuntamente el cierre del Grupo de Minsk de la OSCE… como un mecanismo obsoleto que ya no es relevante para el proceso de paz.”
La frase es reveladora: al excluir a mediadores externos, Bakú busca instalar que la única paz posible es la definida bajo sus condiciones.
Los fragmentos de los discursos muestran que:
Para Aliyev, la paz significa la consolidación de una victoria irreversible y la sumisión del vencido.
Para Pashinian, la paz es un horizonte que requiere concesiones continuas y cuya materialización aún es incierta.
Ambos eludieron referirse con claridad al drama humano: prisioneros, desaparecidos, desplazados forzados y la amenaza de nuevas presiones militares.
Lo dicho en la ONU demuestra que no todo lo que se llama “paz” es realmente paz. Para Aliyev, significa consolidar una victoria irreversible y disfrazar la limpieza étnica de Artsaj como “retorno triunfal”. Para Pashinian, es un horizonte frágil que se construye a fuerza de concesiones permanentes, en un contexto de debilidad interna.
Ambos evitaron hablar del drama humano: prisioneros, desaparecidos, familias desplazadas y la ausencia de garantías internacionales. La paz real no se logrará con discursos solemnes en Nueva York, sino con mecanismos de supervisión, justicia y seguridad tangible.
La diáspora y la comunidad internacional deben leer entre líneas: el riesgo es que la “normalización” termine siendo sumisión y silencio. El desafío es transformar palabras en hechos verificables y defender con firmeza la dignidad armenia.