Los disparos en Mezdavan pusieron de manifiesto que nuestro país enfrenta graves problemas de seguridad no solo en sus fronteras, sino también en el frente interno. El asesinato del alcalde electo de Parakar, Voloďa Grigorian, junto con Karen Abrahamian, y la grave herida sufrida por Arzrun Galstian en ese mismo ataque evidenciaron con crudeza la naturaleza mafiosa y la frialdad calculada con que se llevó a cabo este acto criminal.
Estos hechos no solo conmocionaron a la sociedad, sino que también revelaron una profunda crisis moral y psicológica que amenaza con socavar todas las normas fundamentales de convivencia, solidaridad cívica y tolerancia mutua. Y debemos subrayarlo con toda claridad: esta crisis pone en peligro la estabilidad misma del Estado y del tejido social en su conjunto.
Por supuesto, aún debemos esperar los resultados de las investigaciones oficiales para determinar si este crimen fue un acto aislado, un ajuste de cuentas personal, una venganza o un arreglo político. Sin embargo, sea cual sea la conclusión oficial, es muy probable que la ciudadanía no la acepte. Existe un abismo de desconfianza entre la sociedad y las instituciones del poder —una desconfianza generalizada y profunda en todos los niveles— que hace casi imposible garantizar la estabilidad del Estado y su desarrollo futuro.
En este contexto, resulta inútil e irresponsable que los miembros del partido Contrato Civico (gobernante), como acostumbran, intenten “explicar” lo ocurrido apelando a la costumbre: «En tiempos de los anteriores, asesinatos como este ocurrían a diario». Es decir, una vez más, echan la culpa a los gobiernos pasados y a supuestos precedentes. Pero, sin ir más lejos, cualquier ciudadano común podría preguntarles con toda razón: «¿Y ustedes, entonces, para qué han venido al poder? ¿Para repetir lo mismo?».
En ciencias sociales se reconoce que las crisis profundas suelen explicarse por un deterioro generalizado del estado moral y psicológico de la sociedad. Cuando esta situación alcanza su punto culminante, inevitablemente estalla. Los expertos saben que esa explosión —o más bien la chispa que la provoca— puede manifestarse incluso en un solo disparo. Basta recordar el tiro del estudiante serbio Gavrilo Princip, cuya bala desencadenó la Primera Guerra Mundial.
Por todo ello, sería prudente aconsejar a los miembros del partido Contrato Civico y a su líder que, en lugar de dedicarse a revivir rencores del pasado, perseguir políticamente a sus opositores, hostigar a la Iglesia, intentar tomar el control de la Santa Sede, iniciar procesos judiciales basados en acusaciones falsas, encarcelar injustamente a figuras disidentes, confiscar propiedades ciudadanas, “arrojar piedras al Ararat”, privar a la juventud de su educación nacional, avivar diariamente el odio, amenazar con palos, calificar la entrega de Artsaj como “fortalecimiento del Estado”, presentar derrotas como victorias y cesiones territoriales como “derechos del enemigo”, y convertir la mentira en su rutina diaria —con lo cual solo logran quebrantar la resistencia y la voluntad del pueblo—, deberían, por el contrario, esforzarse por restablecer la justicia y la equidad, y trabajar incansablemente por fomentar la unidad interna, el amor y el respeto mutuo, el patriotismo, el sentimiento nacional y, en definitiva, la soberanía de nuestra patria.
Disparos y víctimas… Si repetimos los mismos errores, todos nosotros —sin excepción— nos encaminaremos hacia la destruccion.