“La nación es lo que profesa. El rasgo más distintivo de un pueblo se expresa a través de su sistema de valores, sin importar si su fundamento es Dios, la Patria, la riqueza, los placeres o la gloria.
Reitero una afirmación axiomática: la política y la moral son fenómenos inseparables.
Dostoyevski escribió que, si Dios no existe, entonces todo está permitido.
En el caso de las naciones, sostengo que si un pueblo no tiene a Dios, con ese pueblo se puede hacer cualquier cosa.
La unidad elemental de nuestra nación, su átomo, es el Hombre Armenio. En sus dos dimensiones —Armenio y Hombre— el cristianismo ha echado raíces a lo largo de milenios.
El verdadero peligro no son quienes profesan otro Dios, sino quienes no creen en ninguno.
La libertad de conciencia no puede convertirse en una liberación de la conciencia moral.
Maquiavelo ya subrayaba que “el Estado debe tener religiosidad para ser unido y virtuoso”.
Hace falta coraje para reconocer ciertos valores como prioritarios, fundamentales y vitales.
Sin ellos, es imposible salir del pantano, escapar del lodazal que nos absorbe con su hedor. No se puede dar un salto sin sentir bajo los pies la propia tierra, sin un punto de apoyo.
El nihilismo moral con el que nos han contagiado es una enfermedad mortal, pero curable.
Sí, el Estado pertenece al pueblo. Pero una mera multitud de individuos no constituye un pueblo si no está unida, no solo por intereses comunes, sino también por una concepción compartida del bien y del mal, de lo correcto y lo incorrecto.”