Se podría discutir interminablemente sobre el creciente nivel de hipocresía, mentira, populismo y, más recientemente, la desfachatez política de este gobierno. En gran medida, eso es exactamente lo que ha venido ocurriendo durante los últimos cinco años; esta nueva etapa no trae novedades, sino una repetición ensayada de viejos patrones.
La atmósfera de impunidad que rodea a esa desfachatez no desaparece por sí sola: al contrario, se ha convertido en un método de gobierno. El poder utiliza su descaro deliberado para proyectar la imagen de estar por encima de la ley, de la sociedad e incluso de la moral. Pero, en realidad, esa desfachatez no es señal de fortaleza, sino de debilidad.
Revela una profunda crisis de legitimidad, pues carece del respaldo y la confianza del pueblo. Ante la falta de argumentos, verdad o razonamientos sólidos, el poder recurre a la represión mediante una impunidad calculada. A la sociedad, en cambio, la alimenta con una sucesión de absurdos, buscando alienarla definitivamente de la política y profundizar así la indiferencia ciudadana.
El vacío institucional también resulta evidente: tribunales, parlamento, medios oficialistas y fábricas de información ya no funcionan en beneficio de la sociedad, sino exclusivamente al servicio del poder, que actúa con total libertad en su desfachatez e impunidad. Esto no es solo una falla funcional, sino un colapso de valores. Cuando la cultura política se reduce a propaganda basada en lenguaje vulgar y groserías torpes, la sociedad pierde su autoestima y su sentido cívico.
En este contexto, callar o resignarse equivale a legitimar la impunidad del poder. Y el único camino eficaz para combatirla es una presión coordinada y una resistencia activa en tres frentes:
Frente jurídico: presentar demandas judiciales, acudir a tribunales internacionales, utilizar todos los instrumentos legales disponibles. El objetivo es demostrar que, aunque dentro del país los tribunales callen o sean cómplices, fuera hay ojos y oídos atentos al mundo.
Frente público: movilizaciones masivas, mecanismos de vergüenza colectiva, desobediencia civil. La desfachatez del poder debe enfrentarse no con silencio pasivo, sino con una respuesta firme, organizada y digna por parte de la sociedad.
Frente de valores: promover activamente los principios de democracia, justicia y dignidad humana. La desfachatez gubernamental debe dejarse de interpretar como marca de un "líder fuerte", y revelarse en cambio como un instrumento de degradación del Estado y de humillación del pueblo.
La desfachatez política y la impunidad son mecanismos de autodefensa propios de gobiernos débiles, inseguros y de baja calidad. Por eso, cada manifestación de descaro debe convertirse en una llamada a la movilización ciudadana. Solo así podrá el poder entender que la única salida verdadera bajo la sombra de la impunidad es irse.
P.D.:
El libertino siempre tiene una justificación de por qué actúa así, o bien por que no lo es.
El ladrón siempre encuentra razones para explicar por qué roba, o insiste en que no es un ladrón.
El estafador siempre justifica sus engaños, o niega ser un estafador.
Y el Partido Contrato Civil siempre tendrá una justificación para explicar por qué combina esos tres roles.