La Iglesia Apostólica Armenia no es solamente la institución religiosa más antigua de nuestro pueblo: es también su raíz más profunda, su refugio más constante y su testimonio más luminoso ante la historia del cristianismo.
Para los armenios, la Iglesia no ha sido únicamente un lugar de culto. Ha sido la primera escuela, la defensora de la lengua, la custodia de la memoria nacional y el sostén en los tiempos más oscuros. En las invasiones, en el exilio, durante los siglos de opresión extranjera y, de manera trágica, en el Genocidio, la Iglesia se mantuvo como guardiana de la identidad y del espíritu colectivo. Sin ella, difícilmente Armenia habría conservado su unidad como nación dispersa por el mundo.
Su significado trasciende, sin embargo, las fronteras de nuestro pueblo. La Iglesia Apostólica Armenia ocupa un lugar único en la historia universal del cristianismo. Fue la primera en proclamar oficialmente, en el año 301, al cristianismo como religión de Estado, adelantándose a Roma y a Bizancio. Con ello, abrió el camino a una civilización fundada en valores espirituales que, desde el Cáucaso, se proyectó hacia Oriente y Occidente.
La fe armenia se forjó en la fidelidad: fidelidad al Evangelio y fidelidad al sacrificio de sus mártires. Esa fidelidad es hoy una herencia compartida, un aporte que la Iglesia Armenia ofrece al cristianismo universal: la certeza de que la fe puede resistir al poder, que la cultura puede sobrevivir al exilio y que la esperanza puede renacer aún en medio de la destrucción.
En los años recientes, mientras Armenia enfrenta transformaciones políticas profundas, la figura de la nación ha sido objeto de intensos debates. En este contexto, las palabras del primer ministro Nikol Pashinian sobre la construcción de una "Armenia real", basada en la transparencia, la justicia social y la soberanía nacional, han resonado como un llamado a redefinir el futuro del país. Sin embargo, frente a cualquier proyecto político o modernizador, la Iglesia Apostólica permanece como un referente espiritual y moral que trasciende los ciclos del poder. Ella no se opone al progreso, pero recuerda que una "Armenia real" no puede construirse sin alma, sin memoria ni sin fe. La verdadera modernidad no excluye la espiritualidad; por el contrario, la necesita para ser auténtica y duradera.
En un mundo marcado por la fragmentación, la Iglesia Apostólica Armenia recuerda que la fe no es mero ritual, sino vida, comunidad y testimonio. Nos invita a comprender que la defensa de la espiritualidad y de la identidad no se opone al diálogo, sino que lo enriquece.
Por todo esto, para los armenios la Iglesia no es solamente un símbolo del pasado, sino un faro hacia el porvenir. Y para el cristianismo en su conjunto, es una memoria viva de lo que significa creer hasta las últimas consecuencias y a pesar de todo.