En medio de la euforia diplomática que rodea la inminente firma del memorándum de paz entre Armenia y Azerbaiyán, es urgente pausar y analizar con lucidez una de las aristas más críticas y menos comprendidas, del proceso: el proyecto de corredor que atraviesa Syunik. Lo que Bakú insiste en llamar el “corredor de Zangezur” no es un simple paso fronterizo para el tránsito de mercancías. Es, en realidad, la piedra angular de una ambición regional más amplia: el “corredor turanio”.
El término remite a una visión pan-turanista promovida desde hace décadas por Turquía y revitalizada en los últimos años a través de acuerdos bilaterales, redes energéticas y plataformas como la Organización de Estados Túrquicos, cuyo impulso se ha visto reforzado con la creciente asociación estratégica entre Ankara y Bakú.
La idea es clara: construir una ruta terrestre continua desde Turquía hasta Asia Central, pasando por Najicheván, Azerbaiyán y los países túrquicos del Caspio —una especie de “ruta de la seda túrquica” moderna, sin pasar por Irán, ni depender de Rusia. Armenia, situada en el corazón del Cáucaso Sur, es el obstáculo geográfico que separa a Turquía de Azerbaiyán, y por tanto, es el eslabón que esta visión panregional necesita forzar o quebrar.
El corredor de Zangezur se presenta públicamente como una solución logística, una propuesta de infraestructura comercial bajo el discurso de “interconectividad regional”. Sin embargo, Azerbaiyán exige que dicho corredor no tenga supervisión aduanera armenia, algo que comprometería directamente la soberanía de Armenia sobre su propio territorio.
“Es una trampa diplomática disfrazada de progreso”, afirma Leonid Nersisian, analista de defensa e investigador en APRI Armenia, quien advierte que permitir un corredor extraterritorial puede convertirse en un ‘caballo de Troya’ geopolítico para desestabilizar la región y minar la viabilidad estratégica de Armenia.
En palabras del académico británico Thomas de Waal, “Armenia se enfrenta a la paradoja de ser obligada a ceder territorio funcional sin estar en guerra. El corredor de Zangezur no es una propuesta logística, es un ultimátum geopolítico”.
Un vistazo al mapa permite comprender mejor la urgencia del momento:
Armenia se encuentra bloqueada al oeste por Turquía desde 1993.
Azerbaiyán controla el este y presiona por el acceso directo a Najicheván.
Si se impone un corredor sin control armenio por Syunik, se abriría un eje Ankara–Bakú–Asia Central que dejaría a Armenia cercada, con acceso limitado únicamente por el norte (Georgia) y el sur (Irán).
Esta situación vulneraría no solo la seguridad, sino también el desarrollo económico sostenible de Armenia.
El argumento de que esta cesión es el precio de la paz es profundamente erróneo. La paz verdadera se construye sobre justicia, equidad y reconocimiento mutuo. No puede consolidarse bajo coacción territorial. Aceptar condiciones que vulneran la integridad territorial de Armenia solo refuerza la lógica de chantaje y violencia que ha caracterizado el accionar de Bakú desde 2020.
La respuesta no es necesariamente el rechazo frontal y aislado, sino una estrategia inteligente y soberana: condicionar cualquier cesión de tránsito a principios de reciprocidad, control, fiscalización y garantía internacional. Armenia debe defender Syunik no solo por su geografía, sino por su historia, identidad y centralidad estratégica.
“Lo que está en juego hoy es más que un corredor. Es el modelo de país que Armenia aspira a ser”, advierte la experta en relaciones internacionales Anna Ohanyan, profesora en Stonehill College (EE.UU.). “Ceder a la presión sin construir una narrativa firme y soberana es aceptar una paz sin dignidad”.
El “corredor turanio” no es una leyenda conspirativa ni un concepto marginal. Es una estrategia cuidadosamente tejida para reordenar el Cáucaso a favor del eje turco-azerí, con la complicidad pasiva de actores externos y el silencio de quienes deberían alzar la voz.
Defender Syunik no es un acto de provocación. Es un imperativo de supervivencia nacional.