Tatev, Armenia — En el pequeño pueblo de Tatev, en la provincia de Syunik, no solo brilla el imponente monasterio apostólico armenio del siglo IX. A pocos metros, se encuentra el famoso “Wings of Tatev”, el teleférico reversible más largo del mundo, con 5,7 km de recorrido. Desde su inauguración, ha recibido más de un millón de visitantes y se espera que esa cifra se duplique a pesar del lento repunte turístico tras la pandemia de COVID-19 y la guerra en Artsaj.
Lo que muchos turistas, incluso los provenientes de la diáspora, no perciben es que el impulsor y financista principal del proyecto fue el filántropo Ruben Vardanian. En las estaciones del teleférico, carteles señalan que la obra fue realizada por la "Fundación Ruben Vardanyan", pero pasan desapercibidos. ¿Quién se detiene a leer letreros sobre patrocinadores durante unas vacaciones?
Y sin embargo, allí Armenia pierde una oportunidad estratégica.
En otras partes del mundo, los espacios públicos se utilizan para generar conciencia política. En Islamabad, por ejemplo, tras la eliminación del estatus especial de Cachemira por parte de la India, carteles digitales mostraban un reloj en cuenta regresiva desde la imposición del bloqueo. En Estados Unidos y Europa, se instalaron miles de carteles exigiendo la liberación de rehenes capturados por Hamás. Los opositores al déficit fiscal en EE. UU. exhiben en autopistas el monto actualizado de la deuda nacional. Durante el conflicto entre Qatar y sus vecinos en 2017, ambos bandos usaron camiones con pantallas móviles para influir en la opinión pública.
La visibilidad crea conciencia.
El caso de Ruben Vardanian ha sido silenciado, incluso por sus supuestos aliados. Tras su detención por fuerzas de seguridad azerbaiyanas, figuras como Samantha Power, exdirectora de la ahora extinta USAID y autora de un célebre libro contra la pasividad internacional ante los genocidios, guardaron un silencio inexplicable. Power, quien había trabajado estrechamente con Vardanian y formó parte del comité de premiación de la Fundación Aurora (cofundada por él), no exigió su liberación cuando aún era posible presionar a Bakú. Algunos sostienen que funcionarios armenios minimizan el caso para neutralizar a un eventual rival político.
Pero incluso si el gobierno calla, el pueblo armenio no debe hacerlo.
Cada proyecto impulsado por la "Fundación Ruben Vardanyan" debería incluir un cartel que indique cuántos días lleva como rehén en Azerbaiyán. El recorrido del teleférico Wings of Tatev dura unos 12 minutos y contiene grabaciones que señalan puntos turísticos… pero no dicen una palabra sobre Vardanian. Es una oportunidad perdida para informar a miles de turistas que jamás oirán hablar de su situación por otros medios.
Algunos argumentan que visibilizar el tema entorpece los esfuerzos de paz. Pero la paz no se construye culpando a las víctimas, sino enfrentando a los perpetradores. No defender a los rehenes solo proyecta debilidad ante Ilham Aliyev, alentando su intransigencia. Es una dinámica que hace imposible una paz duradera.
Armenia no necesita marchar al compás de sus dirigentes. Esa es la esencia de la democracia. Aunque el gobierno minimice el tema, la sociedad civil debe hacer de Ruben Vardanian un símbolo nacional.
Cada proyecto de su fundación debería incluir su historia. Cada ciudad debería tener un cartel que recuerde su nombre. Vardanian y sus compañeros de cautiverio deben convertirse en presos en la conciencia, tan conocidos como lo fueron Andrei Sájarov o Nelson Mandela.
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Michael Rubin es director de análisis político en el Middle East Forum y miembro del American Enterprise Institute.