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Lunes 11 de Agosto - Buenos Aires - Argentina
PREMIO MEJOR MEDIO DE PRENSA PUBLICADO EN LENGUA EXTRANJERA - MINISTERIO DE LA DIASPORA DE ARMENIA 2015
Opinion - Gegham Mkrtchian, analista y comentarista político
Cuando el poder político se convierte en instrumento de división espiritual
05 de Agosto de 2025

En un momento en que ya se acumulan nubes de preocupación geopolítica sobre el horizonte de nuestra región, la persona que ocupa el cargo de primer ministro de Armenia insiste en imponernos una vez más una agenda falsa y divisiva.

En lugar de abordar los retos reales del país, el líder del Ejecutivo ha desviado deliberadamente la atención del público y de su propio equipo de gobierno hacia un aspecto delicado de la vida del Katolikós de Todos los Armenios, manteniéndonos atrapados en una nueva ola de intrigas y tensiones dentro de la sociedad.

Y mientras tanto, se propagan dos grandes mitos en torno a este enfoque provocador:

  1. Que esta ofensiva –que ha incluido incluso la entrada irrespetuosa al territorio de la Santa Sede de Etchmiadzín– se dirige únicamente contra el Katolikós y ciertos "protegidos" suyos, no contra la Iglesia Apostólica Armenia como institución.

  2. Que quien está detrás de todo esto no es el primer ministro de la república, sino simplemente un "creyente común" de la Iglesia Armenia llamado Nikol Pashinian.

Es como si quisieran engañar a un grupo de niños de jardín de infantes...

Cuando una persona accede al poder del Estado, se le otorgan derechos y responsabilidades. Estos derechos no son un privilegio ni un regalo, sino una herramienta para cumplir sus deberes. Abusar de ellos o usarlos para fines personales es inaceptable y, en algunos casos, punible por ley.

Lamentablemente, es necesario repetir una verdad evidente: El cargo de primer ministro de Armenia es temporal y limitado a la República de Armenia. En cambio, el Katolikós de Todos los Armenios es una figura espiritual global, cuya autoridad se extiende a toda la nación armenia, tanto en la patria como en la diáspora, y su investidura es de por vida. Por tanto, ningún funcionario estatal tiene derecho a intervenir en su elección, reemplazo o enjuiciamiento.

Cuando un dirigente marcha sobre la Santa Sede de Etchmiadzín –el lugar más sagrado del pueblo armenio– con fuerzas de seguridad o multitudes hostiles, ese acto no se dirige ya solo contra el Katolikós. Es una agresión directa contra la Iglesia Armenia, una institución de más de 1700 años y un pilar de nuestra identidad nacional. Un acto semejante debe estar claramente definido como delito en el marco legal.

Presentarse como un simple fiel mientras se movilizan órganos del Estado como el Servicio de Seguridad Nacional y la Policía, e incluso se presiona a funcionarios públicos a participar, es una manipulación inaceptable. Un verdadero hijo de la Iglesia, aunque tenga diferencias, entra con humildad y reverencia a la casa de Dios.

Como dice la Escritura: “El que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra…” Y si no es así, no juzgues, para no ser juzgado.

Ojalá el primer responsable del país mostrara esta misma perseverancia y energía para defender los intereses nacionales reales, en lugar de sacudir a la nación cada día con una nueva provocación. En vez de dividir y escandalizar, debería cumplir con su deber: servir al país y corregir sus propios errores, cuyas consecuencias siguen pesando sobre Armenia.

Esta obstinación por intervenir en un asunto fuera de sus atribuciones constitucionales, no puede explicarse de otro modo que como una vendetta personal o parte de un plan dirigido con intenciones específicas.

Al momento de escribir estas líneas, la tensión generada por esta nueva embestida contra el Katolikosado aún persiste. Por ello, hago un llamado a quienes, por convicción o presión, estén dispuestos a seguir al Primer Ministro en este camino peligroso: no caigan en esa trampa. La Santa Sede de Etchmiadzín es la Casa de Dios, y sólo se puede entrar en ella con respeto y oración en el corazón.

Quien intente irrumpir con arrogancia y ruido, debe temer la inevitable ira del Señor.

 

 

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