El parlamento belga aprobó una resolución sobre Nagorno-Karabaj el 17 de julio. Entre una serie de condenas a las atrocidades y violaciones de derechos humanos cometidas por Azerbaiyán, la resolución insta a Bakú a implementar la sentencia de la Corte Internacional de Justicia del 17 de noviembre de 2023 y a permitir el regreso seguro de los armenios a sus hogares bajo supervisión internacional.
Esta resolución complementa dos resoluciones adoptadas por el Parlamento Europeo en 2024, así como una iniciativa reciente del Parlamento suizo, diseñada para mediar entre Azerbaiyán y los armenios de Nagorno-Karabaj sobre el regreso de estos últimos a su patria. Más de 100 parlamentarios británicos han expresado recientemente su apoyo a la iniciativa de paz suiza, y pronto tendremos noticias de la Cámara de Representantes de Estados Unidos.
Mientras tanto, en una conferencia de prensa hace dos días, Nikol Pashinian, entre una serie de afirmaciones peligrosas e ilógicas, declaró que la cuestión de Nagorno-Karabaj estaba "cerrada". Afirmó inequívocamente que el territorio era azerbaiyano y, quizás lo más condenatorio, admitió que su único arrepentimiento era no haber hecho esta concesión antes. Ese "error", como él lo llama, costó la vida a miles de armenios, resultó en la pérdida de una parte significativa de la patria histórica armenia y en el desplazamiento forzado total, de la población armenia autóctona de Nagorno-Karabaj.
En cualquier democracia funcional, aceptar un error de cálculo tan devastador habría conllevado la renuncia inmediata y una desgracia política irreversible. En cambio, Pashinian se ha aferrado al poder y pretende declarar que la herida abierta ya ha sanado.
Pero la verdad no puede olvidarse tan fácilmente. La cuestión de Nagorno-Karabaj no está cerrada y nunca lo estará hasta que se reconozcan, restablezcan y garanticen los derechos de los 150.000 armenios desplazados por la fuerza de su patria histórica. Ni una conferencia de prensa ni los intentos de reescribir la historia podrán cambiar esta realidad fundamental.
Pashinián intenta convencer al mundo de que Armenia no tiene nada más que decir ni hacer en la cuestión de Nagorno-Karabaj. Sus motivos son claros: apaciguar a Azerbaiyán, evitar la confrontación diplomática, desviar responsabilidades y seguir aferrándose al poder. Su discurso, según el cual Nagorno-Karabaj nunca fue verdaderamente armenio, es una traición moral y política, una falsedad tanto histórica como jurídica.
Nagorno-Karabaj nunca ha formado parte del Estado independiente de Azerbaiyán. Sus raíces armenias se remontan a milenios, mucho antes de la formación del Azerbaiyán moderno. El territorio declaró su independencia en 1991, basándose en la misma base jurídica soviética que dio origen a las repúblicas postsoviéticas de Armenia y Azerbaiyán.
Algún día, Pashinian sin duda declarará que cometió un error al reconocer Nagorno-Karabaj como parte de Azerbaiyán durante la reunión de Praga. Pero ninguna disculpa podrá reparar el daño que ha causado. El pueblo armenio jamás lo perdonará por ese daño.
Independientemente de lo que diga o haga Pashinian, la cuestión de Nagorno-Karabaj no está resuelta. Sigue vigente hasta que se haga efectivo el derecho al retorno y se restablezca la justicia para las víctimas de la limpieza étnica y la deportación forzosa.