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Armenia en un punto de inflexión: de revolucionaria a bonapartista
29 de Junio de 2025

«La revolución es como Saturno: devora a sus propios hijos».
Una cita de Verneuil (1793), posteriormente convertida en icónica por Goya (1819).

Lo que ocurre en Armenia merece un análisis político serio, sin la retórica airada ni las connotaciones ideológicas a las que solemos recurrir en estas situaciones. El asunto es grave: el gobierno de Pashinian, antaño símbolo de una esperanzadora revolución de terciopelo, exhibe hoy claros rasgos de un sistema bonapartista: una estructura de poder autoritaria que surge de orígenes revolucionarios para destruir las instituciones que la crearon.

El bonapartismo es un síndrome político. Comienza con un líder carismático que habla en nombre del pueblo, continúa con la deslegitimación de la oposición y termina con la absolutización de la propia autoridad interpretativa.

En Armenia, estos síntomas son evidentes en varios niveles:

El poder judicial, formalmente independiente, actúa cada vez más como una extensión del poder ejecutivo. En los últimos meses, ciudadanos han sido arrestados por comentarios en Facebook, sobre el Primer Ministro o su entorno. La línea entre expresar una opinión y cometer un delito se ha vuelto arbitraria.

– Los empresarios de la oposición, entre los que a menudo se incluyen benefactores y partidarios de la sociedad civil y de la Iglesia, están siendo objeto de intentos de nacionalizar sus empresas con el pretexto de la seguridad nacional.

– Hay una atmósfera de violencia deliberada en las redes sociales e incluso en el Parlamento: los críticos son bombardeados con insultos vulgares, declaraciones sexistas y provocadoras, no desde los márgenes, sino desde el centro del poder, desde el Primer Ministro, su esposa y sus compañeros de equipo.

La opinión del jefe de Estado se presenta como la única verdad aceptable e innegable, mientras que las voces alternativas son vistas como "traición", "voces de enemigos del Estado" o "voces de agentes de potencias extranjeras".

Este desarrollo no sigue ninguna lógica nueva. Se corresponde con una precisión aterradora con el modelo clásico de consolidación del poder tras la revolución, como se ha observado a menudo a lo largo de la historia: Francia bajo Napoleón, Rusia bajo Lenin y Stalin, Alemania bajo Hitler, Egipto bajo Nasser, etc.

El conflicto con la Iglesia: un fracaso complejo

 En este sentido, el creciente conflicto con la Iglesia Apostólica Armenia no es simplemente un incidente político. Revela, lamentablemente, un problema estructural más profundo en ambas partes.

El gobierno de Pashinian se ha acostumbrado a tratar a la Iglesia como un adversario, como una reliquia del pasado o como parte de una "red conservadora" que obstaculiza el progreso. La detención del arzobispo Bagrat, acusado de un intento de golpe de Estado, no es un incidente aislado en las relaciones entre la Iglesia y el Estado, sino la expresión de una ruptura sistémica.

Pero la Iglesia también tiene el deber de examinarse a sí misma. Su sofisticada estructura jerárquica, a menudo llamada con razón "orden canónico", ha fomentado en algunos casos una cultura autoritaria vulnerable al abuso. Desafortunadamente, la Iglesia no ha debatido seriamente todas las quejas ni ha escuchado todas las voces dentro de sus filas. Esto ha dado lugar a acusaciones que, ya sean justificadas o estratégicamente abusadas, pueden ser fácilmente explotadas en la dinámica política actual. Esto no significa que la Iglesia sea la culpable. Sin embargo, se ha vuelto vulnerable debido a la inercia estructural y a una cultura de diálogo y comunicación poco desarrollada.

Por ello, es imperativo que la Iglesia asuma su responsabilidad de forma activa y transparente, no con gestos simbólicos, sino con medidas concretas. La convocatoria prevista de la Asamblea Nacional de la Iglesia en 2026, no como una estrategia de relaciones públicas, sino como una verdadera plataforma para la autoevaluación y la restauración participativa, ya es una señal de fortaleza democrática. Sin embargo, todo esto no se está comunicando adecuadamente al público. Incluso dentro de las diócesis, aún no se perciben preparativos serios para esta Asamblea Nacional.
La asamblea prevista tiene el potencial de eliminar malentendidos e insatisfacciones en la vida eclesial, tanto en Armenia como en la diáspora. Con todas sus debilidades, la Iglesia Apostólica Armenia es y seguirá siendo un elemento clave de la identidad nacional, la resiliencia histórica y la orientación moral.

Riesgos geopolíticos de colapso interno

La desintegración política interna de Armenia no es un asunto puramente nacional. Quienes toleran la arbitrariedad política en nombre de la "soberanía" abren las puertas a la inestabilidad externa.

Azerbaiyán y Turquía observan con satisfacción cómo Armenia se debilita. Una Armenia paralizada internamente y desorientada externamente no es un aliado, sino un peón. Y una Armenia autoritaria, contrariamente a todas las esperanzas miopes, no es garantía de estabilidad, sino un riesgo para la seguridad.

Occidente debe darse cuenta de esto: la pérdida de Armenia como puente democrático también significa renunciar a un espacio geoestratégico entre Rusia, Irán y la región del Mar Negro y, por lo tanto, a una oportunidad a largo plazo de influir en una de las regiones más sensibles de Eurasia.

Lo que se necesita ahora no son visiones, sino pasos claros.

«Quien tenga visiones debería consultar a un médico». Esta es la formulación del estadista alemán, el quinto canciller Helmut Schmidt. Lo que se necesita ahora no son visiones, sino pasos decisivos.

1. La verdadera oposición debe actuar con mayor profesionalidad. Los llamados emocionales por sí solos no bastan. Lo que se necesita son alternativas legalmente preparadas, claramente planificadas y creíbles, y paciencia, no solo indignación.

2. La Iglesia debe evaluar seriamente la situación. Debe asumir la responsabilidad de un diálogo abierto, sin temor a ataques populistas. La autocrítica y la transparencia no son signos de debilidad, sino prueba de la verdadera fortaleza de la Iglesia.

3. La diáspora debería ser más activa. Sus comunidades e inversiones deberían ser reflexivas y sistemáticas, invirtiendo en los sectores económico y científico (lo cual, por supuesto, es imposible en un país donde las instituciones se "nacionalizan" con la publicación del Primer Ministro en Facebook), así como en medios de comunicación más independientes, proyectos educativos e iniciativas de derechos humanos.

4. El apoyo financiero y político a Armenia no debe ser incondicional. Los derechos humanos, la integridad institucional y el Estado de derecho no son solo adornos occidentales: son el precio de la confianza.

5. Los cristianos armenios en Armenia y la diáspora deberían participar más activamente en los procesos de la sociedad civil armenia, para alzar su voz y hacerla oír. La voz de los cristianos armenios debería adquirir mayor relevancia en la defensa de la democracia, los derechos humanos, la dignidad humana y la libertad.

Asumir la responsabilidad del presente y del futuro

Nikol Pashinian está pasando de su prometido proyecto de "democratización", del que nunca fuimos testigos, a un sistema de acumulación de poder y dictadura. Por lo tanto, la verdadera pregunta no es qué les ocurrió a él y a sus compañeros, sino qué nos sucederá como ciudadanos, como cristianos armenios, como armenios.

Esperar eternamente que "algún día todo estará bien" es un error. Para que llegue ese "buen día", debemos trabajar por todos los medios legales posibles. Lo importante ahora no es el sentimiento de culpa, sino acciones democráticamente meditadas. No solo mirar al pasado, sino asumir la responsabilidad del presente y el futuro.

 

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