El Papa Francisco falleció el pasado 21 de abril, el lunes siguiente al domingo de Pascuas.
Coincidentemente, ese día era el comienzo de una semana particularmente sensible para la comunidad armenia en todo el mundo, porque el 24 de abril se conmemoraron los 110 años del genocidio armenio. Estamos hablando de la deportación y la matanza de aproximadamente un millón y medio de víctimas, realizada por el entonces imperio otomano entre 1915 y 1923, situación nunca reconocida por el estado turco. Y que trajo forzosamente a la Argentina, entre otros países de Medio Oriente, Europa, y América, a una gran cantidad de armenios, que lograron sobrevivir en su huida, y que pudieron forjar una de las colectividades más prósperas e industriosas en nuestro país.
La comunidad armenia fue una de las más sentidas con la partida del Papa Francisco porque él fue un gran defensor de la causa armenia en su búsqueda de reconocimiento y justicia por el genocidio perpetrado contra este pueblo, en el que el cristianismo forma parte de su identidad. Armenia fue el primer estado en reconocer al cristianismo como religión oficial en el año 301, doce años antes de que el emperador Constantino lo hiciera en Roma.
Jorge Bergoglio, siendo obispo de Buenos Aires, había trabado una gran amistad tanto con el entonces Obispo de la Iglesia apostólica armenia local, Kissag Mouradian, luego consagrado Arzobispo. como con el entonces párroco de la Iglesia Católica armenia de Buenos Aires, Pablo Hakimian, a quien luego, ya como Papa, Francisco lo nombraría Obispo y Exarca Apostólico para los armenios católicos de América Latina y México. Sin dudas, estas vinculaciones contribuyeron para que Francisco se haya consustanciado con la causa armenia.
Esto llevó a que en el año 2015, cuando se cumplía el centenario de la conmemoración del triste genocidio, Francisco oficiara en la Basílica de San Pedro una Misa especial, con la presencia del presidente de Armenia. Y durante la homilía tuvo el coraje de declarar que la matanza de un millón y medio de armenios, el “atroz exterminio” constituyó “el primer genocidio del siglo XX”. Allí manifestó que “ocultar o negar la maldad es igual que permitir que una herida siga sangrando sin curarla”. Estas expresiones llevaron a que Turquía elevara una protesta diplomática contra el Vaticano.
Francisco no se amilanó. Elevó al altar al millón y medio de armenios, víctimas del genocidio, que fueron declarados Mártires de la Iglesia.
Al año siguiente, en junio del 2016, Francisco realizó una visita pastoral de tres días a Armenia, donde fue recibido con una cálida acogida. Fue a la Sede apostólica de la Iglesia armenia, en Echmiadzin, donde se abrazó con el Katolikós (Patriarca) de Todos los Armenios, Karekin II.
La Iglesia apostólica armenia se separó de Roma en el año 451, cuando los armenios no pudieron asistir al Concilio de Caledonia, por estar en guerra contra los persas. Ese Concilio fue fundamental porque se discutió la naturaleza divina y humana de Cristo. Pasaron casi 16 siglos hasta que con una declaración conjunta firmada el 13 de diciembre de 1996 por Juan Pablo II y Karekín I, se concluyó que estuvieron separadas por razones lingüísticas, culturales y políticas, más que por causas verdaderamente doctrinales, y que ambas iglesias comparten plenamente el dogma de la naturaleza divina y humana de Cristo.
Francisco rezó en el Dzidzernagapert, el majestuoso memorial erigido en una colina de Erevan donde una llama votiva permanente homenajea a las víctimas del genocidio. Allí, y como había hecho también su antecesor, Juan Pablo II en su viaje a Armenia, en el año 2001, en los jardines circundantes del Memorial, plantó un árbol, como signo de justicia y paz. “Aquí rezo con dolor en el corazón para que nunca más haya tragedias como esta. Para que la humanidad no olvide y sepa vencer con el bien al mal. Dios conceda al amado pueblo armenio y al mundo entero paz y consuelo”, dejó estampado de su puño y letra en el libro de visitas.
Pero la imagen más significativa fue la que mostraron al mundo Francisco y Karekin II. Desde la terraza del monasterio de Jor Virap, donde se halla el sitio sagrado donde fue encarcelado durante 13 años San Gregorio el Iluminador, el principal responsable de la adopción del cristianismo por parte de Armenia, y mirando el mítico monte Ararat, donde la Biblia cuenta que se posó el arca de Noé, Francisco y Karekin II lanzaron sendas palomas al aire como símbolo de esperanza, paz y unidad.
Francisco supo llegar a lo más profundo del corazón de los armenios, que lo lloraron como un gran amigo que los dejó en la misma semana en que conmemoraban los 110 años del trágico genocidio.