Cada año, el 28 de mayo, los armenios de todo el mundo hacen una pausa para conmemorar la fundación de la Primera República de Armenia en 1918. Fue una breve pero heroica muestra de autodeterminación después de siglos de estar bajo dominio extranjero. Este día es un día de orgullo, recuerdo y profunda gratitud. Sin embargo, este año, al celebrar este aniversario, nos vemos obligados a afrontar una dolorosa realidad. La independencia de Armenia es hoy más vulnerable y más débil que en cualquier otro momento desde 1991, cuando el país recuperó su soberanía.
Esta no es una expresión retórica. Ésta es una evaluación sobria de la realidad política. Los pilares del Estado armenio, soberanía, seguridad y unidad, están bajo una presión sin precedentes.
Con la guerra de Artsaj, la derrota de 2020 fue un punto de inflexión. Pero no fue sólo una pérdida de territorio. Fue una pérdida de confianza, desmoralización y claridad de propósitos. El ejército armenio, otrora símbolo de resiliencia nacional, ahora está debilitado y desmoralizado. Su desintegración continúa hasta el día de hoy, mientras Azerbaiyán se vuelve cada día más agresivo y armado.
El peligro dentro de las fronteras de Armenia ya no es teórico. Las fuerzas azerbaiyanas han invadido el territorio soberano de Armenia, han tomado posiciones estratégicas, construido carreteras y establecido puestos avanzados ilegales. Éste no es un conflicto congelado. Se trata de un proceso continuo de ocupación de las fronteras de Armenia, que está teniendo lugar en el momento actual.
Peor aún, esta decadencia se ve exacerbada internamente por la parálisis de ideas. El gobierno, debilitado por una serie de crisis y por la falta de experiencia, es incapaz de demostrar capacidad ni visión. La política responde a los acontecimientos, no a propuestas. La prometida recuperación democrática después de 2018 se ha convertido en polarización política, desesperación pública y fragilidad institucional.
La verdadera independencia requiere que los líderes de un país puedan actuar guiados por los intereses nacionales, no por el miedo o el afán de autoconservación. Y hoy el liderazgo de Armenia no es libre. El primer ministro Nikol Pashinian actúa bajo constante presión y amenazas por parte de Azerbaiyán. Su objetivo principal no son los intereses a largo plazo del país, sino la preservación de su poder a corto plazo. Esta adicción distorsiona el juicio y limita las opciones. Un líder que actúa bajo el miedo no puede tomar decisiones soberanas. Y ese es precisamente el mayor trastorno que ha afectado hoy a la independencia de Armenia.
Ahora, en una descarada exhibición de política de poder, Azerbaiyán no sólo está haciendo reivindicaciones territoriales, sino que también exige cambios en la Constitución armenia, atacando directamente la soberanía de Armenia y la idea de un gobierno soberano.
¿Qué sentido tiene hablar de “independencia” en estas circunstancias?
Significa comprender que la independencia no es un logro estático, sino un estado que debe defenderse constantemente: política, militar, social y moralmente. Significa comprender que las estructuras y los símbolos estatales son tan fuertes como la gente esté dispuesta a preservarlos. Esto significa darse cuenta de que, si bien Armenia puede mantener una soberanía formal, el contenido de esa soberanía, nuestra libertad de tomar decisiones libres de temor y presión, se ve socavado día a día.
El 28 de mayo no debería convertirse en un mero ritual. Que sirva de recordatorio de que la independencia no es simplemente un valor heredado; Cada generación debe ganárselo de nuevo. La Primera República duró apenas dos años. Esta República enfrenta ahora su mayor prueba. Todavía tenemos tiempo para demostrar que somos dignos del título de "Estado Independiente", pero sólo si abandonamos las ilusiones, enfrentamos las duras verdades y actuamos con unidad y determinación.