Hoy en día, la mayoría de los armenios están unidos en torno a una misma creencia: el primer ministro Nikol Pashinian debe irse, y cuanto antes mejor. Las diferencias sólo afectan al camino hacia la destitución: una moción de censura parlamentaria, protestas masivas, elecciones anticipadas o esperar a las elecciones programadas para 2026. Sin embargo, también hay un escepticismo generalizado sobre si alguno de estos mecanismos podría funcionar.
Pero hay algo irrefutable: Armenia no puede permitirse el lujo de permanecer bajo el liderazgo de Pashinian ni un día más.
El país se encuentra en uno de los momentos más peligrosos de su historia moderna. Las áreas de seguridad nacional, política exterior, gobernanza democrática, estabilidad económica y solidaridad nacional se han visto significativamente perturbadas y debilitadas durante el gobierno de Pashinian. Lo que comenzó en 2018 con promesas de esperanza y transformación (transparencia, justicia y resurgimiento) se ha convertido hoy en un período de autocomplacencia, incompetencia y fracaso estratégico.
Hoy en día, es evidente que Pashinian no sólo no ha logrado afrontar los desafíos actuales, sino que también ha erosionado los logros y profundizado la vulnerabilidad del país. Por el futuro de Armenia, debe irse. Es hora de forjar un nuevo camino.
En el centro del fracaso de Pashinian está su desastrosa gestión de la política exterior y de seguridad. En una región donde la profundidad estratégica es una necesidad, ha liderado sin experiencia, sin visión y sin disciplina. Su enfoque hacia Azerbaiyán, con su retórica contradictoria y sus concesiones unilaterales, ha envalentonado a Bakú y aislado a Ereván. Durante su mandato, Armenia perdió Nagorno-Karabaj, más de 120.000 armenios fueron desplazados y una comunidad varias veces centenaria fue eliminada. Éstas no fueron consecuencias inevitables de la guerra. Estos fueron el resultado directo de un liderazgo pobre y fallido que no estaba preparado para enfrentar la realidad geopolítica.
En lugar de estabilizar la situación después de la guerra, Pashinian la empeoró. Metió a Armenia en contradicciones estratégicas, envió mensajes poco claros a sus socios extranjeros y no logró formular una línea política clara. Sus errores alejaron a todos los personajes principales. Moscú lo considera poco fiable, Teherán lo considera sospechoso y Ankara y Bakú lo tratan con desprecio. Occidente, que una vez lo vio como un símbolo del renacimiento democrático, ahora lo ve nada más que como un agente dócil que actúa al servicio de intereses extranjeros. El aislamiento internacional de Armenia no es accidental. Ésta es la consecuencia previsible de un líder que carece por completo de autoridad, visión estratégica y habilidad diplomática.
El panorama en el ámbito político interno no es menos preocupante. La revolución por el empoderamiento cívico se ha convertido en poder personal. Mediante su control del Parlamento y de las instituciones estatales, Pashinian ha censurado las vías de rendición de cuentas y ha reprimido a la oposición. Se ha debilitado el sistema judicial, se ha marginado a la sociedad civil, se ha criminalizado a la oposición y se ha restringido la prensa. La ley se aplica principalmente a los opositores y la impunidad de sus propios adherentes ha alcanzado proporciones indescriptibles, cuando a plena luz del día, el alcalde y sus empleados se atreven a golpear en grupo, a un activista solitario.
En términos económicos, el crecimiento anunciado por el gobierno se basa en estadísticas distorsionadas, exageradas por el impacto de las sanciones occidentales sobre la economía rusa. Pero para el ciudadano medio, este crecimiento es una ilusión. Inflación, salarios estancados, deudas crecientes e inversiones insuficientes: ésta es la realidad diaria.
La corrupción, que se prometió eliminar, finalmente se ha institucionalizado. Se están utilizando indebidamente fondos públicos, se está recompensando generosamente a leales al partido sin mérito alguno y se ha olvidado la transparencia financiera. Los viejos hábitos no se han destruido, se han profundizado y el packaging ha cambiado.
Al mismo tiempo, el tejido social de Armenia se está desmoronando. Polarización, desconfianza y agotamiento político: esas son las características de la vida pública. El Estado, en lugar de unir a la nación en tiempos difíciles, está profundizando la división. Y, sin embargo, incluso frente a un descenso sin precedentes del prestigio y del apoyo público, Pashinian se aferra al poder no para servir al interés general, sino para asegurar su propia posición.
Armenia ya no puede tolerar este liderazgo. La permanencia de Pashinian en el poder no es sólo una consecuencia de la crisis. Esa es la crisis en sí. Su presencia limita las posibilidades de recuperación, complica las relaciones exteriores y obstaculiza la reconstrucción democrática y nacional. Su eliminación no resolverá todos los problemas. Pero es un primer paso necesario para restaurar la dignidad, la credibilidad y la dirección estratégica de Armenia.
Mientras el país espera el cambio, es necesario tomar clara la gravedad de la situación. Armenia necesita un liderazgo que pueda unir al pueblo y gestionar los desafíos regionales con habilidad y visión de futuro. Nikol Pashinian no es ese líder. Tuvo su oportunidad y la desaprovechó. Por el futuro, la seguridad y el bienestar de Armenia, ya es hora de que se retire.