La Iglesia Apostólica Armenia, institución milenaria y pilar espiritual de nuestro pueblo desde los albores de la cristianización en el año 301, ha sido históricamente guardiana de nuestra identidad, nuestra cultura y nuestros valores más profundos, incluso en los momentos más oscuros de persecución, genocidio y diáspora.
En estos días, con profundo dolor y preocupación, asistimos a una serie de declaraciones y acciones provenientes de ciertos funcionarios del Estado armenio que buscan desacreditar y socavar el rol de la Santa Iglesia en la vida nacional. Este tipo de ataques no solo hieren a la institución eclesiástica, sino también a millones de fieles en Armenia y en la diáspora, para quienes la Iglesia es fuente de fe, cohesión y memoria histórica.
Reafirmamos que en una república democrática y plural, el respeto por las instituciones fundacionales debe ser mutuo. La separación entre Iglesia y Estado garantiza autonomía, no hostilidad. La Iglesia no ha pretendido ni pretende intervenir en los asuntos del gobierno, pero sí mantiene el derecho y el deber de alzar su voz ante injusticias y en defensa de los valores éticos y espirituales del pueblo armenio.
Llamamos a los representantes del Estado armenio a la reflexión, al diálogo respetuoso y al reconocimiento del invaluable servicio que la Iglesia Apostólica Armenia ha prestado y continúa prestando al alma de la nación. La deslegitimación interna solo debilita a Armenia frente a los desafíos externos que enfrenta nuestra nación, tanto en la región como en el escenario internacional.
La unidad del pueblo armenio, dentro y fuera del país, exige respeto, comprensión mutua y una firme voluntad de construir sin destruir. La fe, la historia y la identidad no pueden ni deben ser objeto de enfrentamientos políticos ni coyunturales.
Invitamos a todos los armenios de buena voluntad a defender con serenidad, pero con determinación, a nuestra Iglesia, que es símbolo de esperanza, continuidad y resistencia para el pueblo armenio en todo el mundo.