Los eventos del 18 de diciembre en la Santa Sede de Etchmiadzin representan el último capítulo de una campaña sistemática del gobierno armenio contra la Iglesia Apostólica Armenia, marcada por la militarización de espacios sagrados y el uso de fuerzas de seguridad como herramienta de presión política.
Diez obispos y arzobispos alineados con el Primer Ministro Nikol Pashinian llegaron a Etchmiadzin el jueves 18 de diciembre a las 17:00 horas, no para rezar, sino para exigir la renuncia del Katolikós Karekin II. Lo que debería haber sido un acto de fe se transformó en un operativo de seguridad masivo: los prelados fueron escoltados por un contingente policial que formó cordones humanos para separarlos de los miles de fieles leales al Katolikós que habían acudido a defender a su líder espiritual.
La escena fue grotesca: obispos caminando bajo protección policial mientras los creyentes que los apoyaban y los partidarios de Karekin II se enfrentaban verbalmente en el lugar más sagrado de Armenia. La policía separó físicamente a los dos grupos para evitar enfrentamientos mayores.
El Arzobispo Vazgen Mirzakhanian, jefe de la Diócesis de los Estados Bálticos, se dirigió a la multitud confirmando que habían venido a exigir la remoción del Katolikós del trono. Tras entregar su carta al secretariado, declaró que su misión había terminado y que la próxima vez vendrían "con ustedes a rezar en la Catedral". Al finalizar, estos clérigos fueron retirados del recinto bajo custodia de guardias especiales.
Esta no es la primera vez que el gobierno de Pashinian convierte Etchmiadzin en campo de batalla. El 27 de junio de 2025, unidades fuertemente armadas de las divisiones de seguridad más élite de Armenia —incluyendo la unidad "Alpha" del Servicio de Seguridad Nacional (NSS), los "Panteras Negras" y los "Boinas Rojas y Negras" de la policía— descendieron sobre la Santa Sede en un intento altamente militarizado de arrestar al Arzobispo Mikael Achabahian, primado de la Diócesis de Shirak.
Agentes policiales enmascarados fueron bloqueados por el clero y partidarios de la iglesia que impidieron físicamente el arresto del alto clérigo. El Katolikós Karekin II personalmente confrontó a los oficiales junto al abogado del arzobispo. Las campanas de la catedral repicaron en señal de alarma mientras se desarrollaba el enfrentamiento.
Achabahian finalmente se entregó voluntariamente horas después, diciendo "No tengo miedo de nada. La acusación está completamente fabricada". Pero el mensaje había sido enviado: ningún espacio es sagrado cuando el Estado decide actuar.
La Santa Sede emitió una declaración sin precedentes denunciando las acciones del gobierno como "un día de desgracia nacional" y calificando el arresto del Arzobispo y el intento de allanamiento de los terrenos del monasterio como un "asalto blasfemo y sin precedentes" al patrimonio espiritual de Armenia.
Lo que estamos presenciando es la instrumentalización de los órganos de seguridad del Estado para perseguir sistemáticamente a cualquier voz eclesiástica disidente:
Las acusaciones van desde "terrorismo" hasta "llamados a derrocar violentamente el orden constitucional" — cargos que suenan a manual de represión de regímenes autoritarios.
Pashinian ha declarado que no necesita "un Katolikós que le responda a él, sino uno que no responda a un teniente superior de un servicio de inteligencia extranjero". Esta retórica conspiranoica busca justificar lo injustificable: la intervención directa del Estado en la sucesión del liderazgo religioso.
El mismo primer ministro que afirma respetar la separación Iglesia-Estado ha publicado una "hoja de ruta para la renovación de la Iglesia" en su Facebook, detallando cómo debería elegirse el próximo Katolikós, qué debe contener el nuevo estatuto eclesiástico y cómo debería administrarse la Iglesia. El nivel de intromisión es obsceno.
Pashinian insistió en que los diez obispos no se unieron a su llamado sino que crearon su propio programa, aunque admitió: "Lo que nos conecta es solo el programa para reformar la Iglesia Apostólica Armenia. Llegamos a un consenso de que no puede implementarse sin remover a Ktrich Nersisian del trono". La coordinación es evidente.
El 17 de diciembre, la policía del Ministerio del Interior emitió una declaración instando a los ciudadanos a abstenerse de provocaciones, después de que los diez obispos hicieran su llamado y de que algunos ciudadanos y usuarios de redes sociales comenzaran a publicar mensajes provocativos.
Un gran número de oficiales de policía acompañó a los obispos disidentes. Los oficiales separaron a la multitud para permitir que el Katolikós y otros clérigos caminaran desde su residencia hasta la catedral. La Santa Sede había sido convertida en una zona militarizada.
La Constitución armenia garantiza la libertad de pensamiento, conciencia y religión, afirma la autonomía de las organizaciones religiosas y declara su separación del Estado. Pero estos principios se han convertido en letra muerta bajo Pashinian.
Cuando un gobierno despliega fuerzas de élite antimotines para invadir el corazón espiritual de una nación, cuando arresta selectivamente a clérigos críticos bajo cargos político-criminales, cuando orquesta manifestaciones con escolta policial dentro de recintos sagrados, y cuando utiliza campañas de difamación mediática contra jerarcas religiosos, ya no estamos hablando de un conflicto político. Estamos hablando de persecución religiosa institucionalizada.
Desde su celda en Erevan-Kentron, el Arzobispo Bagrat Galstanian escribió una carta comparando los eventos en Etchmiadzin con las persecuciones de la era estalinista, recordando que en 1937, el Arzobispo Bagrat Vardazarian fue arrestado y ejecutado en el mismo edificio. "Hemos regresado a 1937", escribió. "El régimen ahora etiqueta a los defensores de la fe y la identidad como terroristas y traidores".
Los eventos del 18 de diciembre no fueron una protesta espontánea. Fueron un espectáculo cuidadosamente coreografiado: obispos bajo protección estatal enfrentando a fieles desarmados, mientras líneas de policías separaban a armenios de armenios en el lugar más sagrado de su nación.
En su homilía en la Catedral, el Katolikós de Todos los Armenios declaró que la Iglesia debe resolver todos los problemas emergentes dentro del marco del derecho canónico y que grupos individuales no deben usar presión. "Hoy, desafortunadamente, algunas personas hicieron otro intento de ejercer presión, incluyendo algunos miembros de nuestro clero. Sin embargo, los fieles permanecen firmes y sin miedo".
La imagen de clérigos cristianos siendo escoltados por fuerzas de seguridad dentro de su propia catedral, de cordones policiales dentro de los terrenos de la Santa Sede, de obispos siendo retirados por guardias especiales como si fueran detenidos, quedará como una mancha indeleble en la historia de Armenia.
Etchmiadzin, que ha resistido invasiones persas, otomanas y soviéticas, ahora enfrenta su asedio más insidioso: el que viene desde adentro, desde un gobierno que ha olvidado que la fuerza del Estado termina donde comienza lo sagrado.